miércoles, 30 de marzo de 2011

¿Es España un país extraño? / 2

Continuamos aquí revisando esa visión fatalista de la Historia de España que habíamos iniciado en el artículo anterior...

1898 es el año fatídico, el gran Desastre nacional: España pierde la guerra contra Estados Unidos y pierde Cuba y Filipinas, los últimos vestigios del Imperio que había sido. Este hecho determina una idea de la muerte de la Nación española: España está derrotada. Por otra parte, están emergiendo los nacionalismos vasco y catalán ¿quién sabe si comenzará a disgregarse? España, en fin, es una nación moribunda, se pensaba entonces.

Es en aquellos momentos cuando aparece toda una literatura, llamada la “literatura del Desastre” y se plantea el problema de España ¿qué le pasa a España?: ¿España muere? ¿España no encaja en Europa? La literatura a este respecto es muy diversa; y las reacciones, también. De hecho, Ramiro de Maeztu, uno de los intelectuales más inspiradores del franquismo, se apunta voluntario para luchar en Baleares contra Estados Unidos, lo cual no tenía ningún sentido, ya que los estadounidenses no tenían ni idea de dónde estaba Baleares. (Y, personalmente, yo que he estado allí, creo que todavía hoy siguen sin saberlo).

La percepción imperante era que a los españoles no les importaba mucho la situación. Se decía que cuando sucedió el desastre los españoles “se fueron a los toros”. Quería reflejarse así la sensación de que los españoles no estaban muy nacionalizados, es decir, que no estaban muy identificados con su país, lo cual no parece tener tampoco mucho sentido. No obstante, quería reflejarse así el sentimiento de culpabilidad, de dolor por lo que estaba pasando en aquel momento. “Me duele España”, decía Unamuno. Quien también dijo aquello de que “el fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”. Cuánta razón ¿No créeis?

Pero lo cierto es que, en aquellos momentos, crisis finiseculares como la española se dieron también en gran parte de Europa. Estamos en la época de auge del imperialismo. Las potencias europeas se han repartido el mundo. Pero ya no queda mucho que repartir y ahora esas potencias pugnan entre sí por lo poco que queda. Y chocan. Y en todo choque siempre hay alguien que pierde y alguien que gana.

Por ejemplo, si pensamos en Italia, veremos que los italianos fueron derrotados en Etiopía. ¡Derrotados por unos africanos! ¡Y además negros! ¡Qué vergüenza para los italianos, una gran potencia nacional!

Portugal también sufre su propia crisis. Y es que cuando Portugal concibe la posibilidad de unir sus colonias africanas (Angola y Mozambique) se encuentra con una respuesta germano-británica terminantemente negativa. Gran Bretaña y Alemania responden a Portugal que no, que ni se le ocurra y que tenga cuidado, porque pueden acabar expropiándole las colonias a los portugueses. Esto supone una gran humillación nacional para Portugal.

Alemania, que es una potencia emergente, ve como una humillación la derrota de los bóers en Sudáfrica porque los consideraba como potenciales aliados de cara a la propia expansión imperial germana. Esto supone una humillación de Alemania para con el Reino Unido. Pero el Reino Unido tiene su propia humillación: el conflicto de Guayana con Estados Unidos.

Los franceses, por su parte, también en África, tuvieron que dar marcha atrás frente a los ingleses (Crisis de Fachoda), que fue una humillación nacional para los franceses; que se unía, a su vez, a la que se había producido más de 20 años antes con la derrota francesa ante Prusia. De hecho, la idea de la nación moribunda, la idea de la nación decadente, donde realmente nace, donde verdaderamente se arraiga y coge fuerza es en Francia. Después esa idea se traspasa a otras naciones.

Lo que se quiere demostrar con estos ejemplos es que en toda Europa, en esa época de apogeo del imperialismo, de reparto del mundo, todos los países tenían una vergüenza nacional que afrontar y asumir. España, pues, no era un caso único. Y esta vergüenza se asumía más o menos en función de la existencia de visiones previas sobre esa idea de la decadencia con la muerte de la nación. Porque el otro elemento fundamental que también está presente en Europa del momento, incluida España, es la idea de la decadencia no sólo de la nación, sino también de la sociedad y de los individuos. Ahí se produce una conjunción de decadencias (decadencias de la sociedad, la nación y la política) y comienza a emerger, primero en Francia y luego se extiende al resto de las naciones europeas, la idea de la decadencia social y política europea (se llega a hablar, incluso, de la “decadencia de la raza blanca” y del “peligro amarillo” que suponen los chinos).

Es entonces cuando esta idea empieza a encontrar sus culpables: ¿por qué decae la nación? La respuesta de los conservadores es: porque el liberalismo, y sobre todo la democracia (y sus hijos: el socialismo) destruyen la fuerza y el alma de la nación. Charles Maurras, historiador conservador francés, encuentra sus propios culpables, que son la masonería, los judíos, los protestantes y los extranjeros. Éstos son los que destruyen la base de la fuerza de la nación francesa. Así pues, si algo destruye el tejido que une al país, entonces hay que hacerle frente, hay que rebuscar la esencia que permite renacer.

Hay varias respuestas a esta cuestión: por un lado tenemos a los republicanos ( quienes dicen que para que renazca la nación: más libertad y más democracia). Luego tenemos otra vía, que es la que identifica los males de la nación con el liberalismo, la democracia, la masonería, el comunismo, etc. identificados como la anti-Francia o la anti-España.

Así pues, ¿dónde está la esencia de la nación? Un intelectual francés dirá “la esencia de la nación está en el pueblo francés”. A lo que Maurras responde que “la esencia de Francia está en la monarquía y la religión católica”. La tesis de Maurras es que Francia fue grande con la monarquía y empezó a hundirse a partir de la Revolución Francesa, el liberalismo y la democracia.

Del catolicismo como esencia de la nación ya había hablado en España un famoso intelectual: Marcelino Menéndez y Pelayo. (quien decía eso de que “España, o es católica o no es”). Y es que Menéndez y Pelayo es una figura central en lo que luego se llamará nacional-catolicismo.

Así pues, en España, como en Francia, se asume totalmente la idea de la decadencia de la nación. Como respuesta, en toda la literatura regeneracionista (la Generación del 98: Unamuno, Baroja, Azorín, etc.) hay una idea clara que va a pervivir: el problema de España es que no está en Europa. “España es el problema”, decía Joaquín Costa, y luego retomaría Ortega y Gasset: “España es el problema y Europa la solución” (pues Europa se identifica con la técnica, la industria, el desarrollo del capitalismo, la educación...).

Luego tenemos otra perspectiva, defendida por un sector que explica la decadencia de España por el calado de las ideas extranjeras: entró la Ilustración, el liberalismo, la democracia, etc. Todo esto es considerado antiespañol, no es propio de España, porque España, como decía Menéndez y Pelayo, “o es católica o no es”. Por lo tanto, según esta visión, hay que volver a situar al catolicismo como la base de la identidad nacional española.

Pero hay otro sector de los regeneracionistas, las gentes del 98, que van más en otra línea. Estos intelectuales propugnan que la fuerza de España está en el pueblo, es el pueblo quien realmente hace España. Pero ¿qué es el pueblo? ¿Dónde está el pueblo? Estos intelectuales vienen del socialismo, como Unamuno, o del anarquismo; pero en ningún caso estamos hablando ahora de los antiliberales. Estos intelectuales, socialistas, anarquistas, van empezar a encontrar el pueblo en un sitio: en Castilla. ¿Dónde está la fuerza del pueblo? En la lengua, en la lengua castellana. ¿Dónde está la esencia del pueblo? En el paisaje, en el paisaje de Castilla.

Aquí debemos establecer una comparación importante: la perspectiva católica y conservadora, representada por Menéndez y Pelayo, es esencialmente antiliberal y antidemocrática. Pero, desde la perspectiva de los regeneracionistas y de la Generación del 98, ellos mismos no se declaran antiliberales, sin embargo, socavan las bases del liberalismo. No se fían del liberalismo tal de su época, no se fían del parlamentarismo tal y como existe en su momento, no se fían de la democracia tal y como existe en ese momento. Así, muchos de los posteriores seguidores de la Generación del 98 serán antiliberales. Muchos de estos seguidores dirán: “el parlamentarismo español tiene muchos problemas”, “el liberalismo español tiene problemas, tiene fallos”. Sin embargo, la respuesta de estos seguidores de la Generación del 98 no es más democracia para corregir los defectos, los fallos o los errores de la nación, sino que lo que dicen es: hace falta un hombre, como el “cirujano de hierro” del que hablaba Costa. Hace falta un hombre, un general. Es decir, para que la cosa vuelva a funcionar bien, hace falta una dictadura. Una dictadura transitoria (ellos no se plantean algo permanente) para que arregle los males de España y luego dé paso de nuevo a la democracia. Idea que, por cierto, ya en ese momento no tenía nada de novedoso: en la Antigua Roma las leyes ya contemplaban la posibilidad de que un hombre, un general, pudiese acceder al poder para que, gozando de plenos poderes y sin cortapisas de ningún tipo, devolviese las cosas a su lugar en un momento de crisis. Eso sí, se estipulaba que la dictadura sólo podía durar un máximo de tiempo determinado: seis meses. De hecho, así fue como el famoso Julio César accedió al poder.

Que nadie se asuste, no estoy defendiendo la dictadura ni muchísimo menos.

Es evidente que con esta idea del cirujano de hierro ya se están socavando las bases de la democracia, pues la solución a los males de España ya no está en ese pueblo del que tanto habían hablado, sino que la solución está en el recurso a un hombre, a una dictadura (siempre pensada como una dictadura transitoria).

Y no solamente en España sino, en general, en toda Europa se rompe, a partir de los años 70 del siglo XIX, con esa premisa de que la base de la nación es la libertad, de que el liberalismo hace la nación. Todo eso se quiebra. Ahora los términos se han invertido: ahora la base de la nación ya no es la libertad; ahora la libertad, el liberalismo y la democracia son los enemigos de la nación.

No obstante, esto no debe entenderse mal. Hay que dejar claro que los intelectuales de la generación del 98, los representantes de la Edad de Plata de la cultura española (Miguel de Unamuno, Joaquín Costa…) no son, en ningún caso, antiliberales. No obstante, sí desconfían del liberalismo, pero del liberalismo de su tiempo. Desconfían de la democracia de su tiempo. Y eso va a permitir a muchos personajes de las primeras décadas del siglo XX utilizar a los noventayochistas autodeclararse como seguidores de Unamuno o de Joaquín Costa.

Así, los intelectuales de la Generación del 98 serán reivindicados por todas las facciones en liza, tanto comunistas como socialistas y, también, los fascistas. Los falangistas, el fascismo español, se referirá a la Generación del 98 como “sus abuelos” y a Ortega y Gasset y sus contemporáneos como “sus padres”. De esta forma, el fascismo español se apropiará de muchas de las ideas de los representantes de la Generación del 98 (como la fuerza del pueblo, lograr el apoyo del pueblo) y les dará una reformulación fascista. Pero eso no quiere decir, en absoluto, que Miguel de Unamuno, Joaquín Costa o José Ortega y Gasset fuesen prefascistas. Eso es totalmente falso y hay que dejarlo claro desde el principio.

Por lo tanto, veremos como este magma de ideas va a influir en los procesos políticos, culturales e ideológicos hasta llegar a constituir las bases ideológicas del franquismo.

Pero también hay que subrayar que, desde una perspectiva y otra, lo que se queda fijado con la crisis finisecular es esa idea del fracaso de España en el siglo XIX. Se queda fijado el problema de Europa. El problema de España es que no está en Europa, por tanto Europa es la solución.

Hoy por hoy España ya es plenamente europea, pertenece, de hecho, a la Unión Europea. Pero a lo largo de la Historia del siglo XX toda esa gente que se ha declarado “más europea que nadie” porque decía que Europa “o era fascista o no era”, los que decían “España es el más europea de los pueblos”, “España estará al mando de la Europa fascista junto con Alemania e Italia”, esos mismos personajes, o sus herederos, 30 años después decían: “yo siempre he sido demócrata porque yo siempre sido proeuropeo”. Es decir, se ha construido una idea de Europa como algo monolítico, siempre liberal, siempre democrático, etc. que tampoco es cierta. La idea de Europa ha sido muy cambiante lo largo de la Historia, pues, como vemos, también ha habido una idea de la Europa reaccionaria y conservadora.

El problema de España, decían, es que no está en Europa. Por eso, en la actualidad, cada gobierno ha tendido a atribuirse el mérito de introducir a España en Europa. Así lo hizo, en 1986 cuando España ingresó en la UE, el gobierno de Felipe González: presumía de haber mentido a España en Europa. Lo mismo hicieron después los gobiernos de Aznar. Pero es que ¿España no estaba en Europa antes de 1986? Y entonces ¿dónde estaba?

Así, podemos ver cómo el siglo XIX ha sido un siglo maldito para todas las facciones ideológicas: para los conservadores y los tradicionalistas porque el siglo XIX ha sido el siglo de liberalismo, el siglo del retroceso del catolicismo, el ciclo de desarrollo del republicanismo y de la democracia; en fin, todo lo que, según ellos, es contrario a España. (Franco, de hecho, decía que había que “borrar el siglo XIX de la Historia de España”. Y también, desde la otra perspectiva, la de izquierdas, el siglo XIX español también es un siglo maldito porque la revolución liberal no consiguió triunfar de verdad, no se desarrolló la educación, etc. Por tanto, para unos el siglo XIX es un signo maldito porque hay un exceso de liberalismo y, para otros, el siglo XIX es un siglo maldito porque hay un defecto de liberalismo.

No obstante, como decíamos, esa visión del siglo XIX como un signo maldito se ha ido revisando recientemente en la historiografía.

Cabría señalar para terminar con este epígrafe una de las principales diferencias que hubo entre el final de la Guerra Civil española siglo XX y el final de las Guerras Carlistas del siglo XIX. Y es que esto es muy importante porque mientras las Guerras Carlistas del siglo XIX terminaron con la reconciliación nacional entre vencedores y vencidos (recordemos el Abrazo de Vergara entre Maroto y Espartero) y la instauración del sistema liberal en España, el final de la Guerra Civil española del siglo XX supuso la represión sistemática del bando vencido por el vencedor, la instauración de una dictadura fascista, antidemocrática y la instauración de un Estado totalitario.

No hay comentarios: