miércoles, 27 de mayo de 2015

Manuela, Ada, Mònica

Por Adrián D. Herreros
Licenciado en Historia


Acabo de cumplir 26 años. Y nunca he conocido otro gobierno en Valencia que no fuera el del PP ni otra alcaldesa en mi ciudad que no fuese Rita Barberá. Dicho de otra forma: no he conocido otro gobierno municipal que no sea el de la derecha. Es cierto que, cuando llegué, gobernaba en la capital del Turia Clementina Ródenas (PSOE), pero yo era muy pequeñito como para recordarlo. Además, me niego a considerar a los socialistas como una organización de izquierdas. Independientemente de las siglas que dicen representar, si nos atenemos a su práctica política sería muy generoso colocarlos a ese lado del espectro ideológico.

Por ello, la jornada electoral del pasado 24 de mayo fue sin duda histórica. Por primera vez en la Historia desde el fin de la Dictadura franquista, la mayoría de la ciudadanía valenciana ha decidido otorgar su confianza a organizaciones situadas verdaderamente a la izquierda. La coalición nacionalista valenciana de izquierdas Compromís  ha sido, sin duda, quienes más se han batido en duelo contra las descaradas corruptelas del Partido Popular de la Comunidad (y en especial Mònica Oltra, quien podría llegar a ser presidenta con el apoyo de Podemos). Y los valencianos, por fin, han decidido premiar esa gran labor. Un amigo mío me preguntó ayer “Bueno, y ahora que tenéis un gobierno de izquierdas en la ciudad ¿qué es lo que va a cambiar para vosotros?”. Pues bien, por de pronto el derribo del Cabanyal queda completamente paralizado y el barrio se rehabilitará, que es lo que corresponde hacer con cualquier Bien de Interés Cultural según dicta la ley. Además, cuando Compromís tome los mandos del consistorio valenciano, cabe suponer que abrirá puertas y ventanas, levantará las alfombras y nos haremos una idea más aproximada de cuánto nos han costado a los valencianos los chanchullos, los despilfarros y los gintonics de Barberá.

Lo cierto es que yo voté a València en Comú-Podemos, donde milito, y no a Compromís. Pero, sin duda, siento que ellos también me representan. Mònica Oltra me representa y su formación merece un amplio margen de confianza. Estamos en un momento histórico, inédito en la política española, que nos obliga a actuar con cautela, pero también con mucha generosidad; poniendo, por encima de las siglas, políticas de gobierno que beneficien a la mayoría social de clase media y trabajadora. Ellas son las principales castigadas por las políticas de austeridad del Gobierno central del PP (que ya empezó aplicando el anterior gobierno mal llamado socialista). Son ellas quienes han dicho alto y claro que desean que las cosas se hagan de otra forma, una forma que sea más justa y beneficiosa para todos.

Y es gracias también a las clases media y trabajadora que las plataformas ciudadanas de unidad popular han obtenido un éxito arrollador, lo cual es sin duda un espaldarazo a Podemos de cara a las próximas elecciones generales. Su férrea defensa del Estado de Bienestar y su denuncia de la corrupción que envuelve a la casta parecen haberles dado resultado. En un principio, hubo ciertas dudas sobre si esta fórmula (la de integrarse en candidaturas de unidad popular) era la adecuada para acudir a unas elecciones municipales y autonómicas, pero los resultados han terminado por dar la razón a los de Pablo Iglesias. Pero ahora, Podemos no puede quedarse sólo en la retórica y el análisis de la situación, ahora se enfrentan a la gestión, a las contradicciones, a los pactos, a la realpolitik. Los de Iglesias son la llave de gobierno en Aragón, con unos nada desdeñables trece diputados que podrían hacer presidente a Pablo Echenique-Robba; Castilla-La Mancha, Baleares, Asturias y Extremadura. Y una cosa ha de quedar clara: en los hasta ahora partidos dominantes, los pactos se hacen desde arriba, pero no es así en Podemos, donde las decisiones las toma siempre la militancia. Y serán ellos y ellas los que deberán dar su visto bueno a las alianzas que el partido deberá tejer a partir de ahora. Para pactar, Podemos deberá hacer respetar sus puntos programáticos de rescate ciudadano (lucha contra el fraude y reforma fiscal progresiva, aumento de la inversión y protección de los sistemas universales de sanidad y educación, impulso de planes de eficiencia energética y un largo etcétera).  

En lo que se refiere a Izquierda Unida, quienes tanto se afanaban en certificar su defunción deben ahora tragarse sus palabras. Están malheridos, sí, pero vivos: han obtenido representación en algunos parlamentos, como en Asturias (con 5 dipuados).

Quien sí ha desaparecido, literalmente, ha sido UPyD, que no ha obtenido representación parlamentaria en ninguna comunidad autónoma. Este resultado no puede explicarse sólo por la irrupción de Ciudadanos, de cuyo electorado se nutría; diríase también que la mano de hierro de su líder, Rosa Díez, ha hecho el resto. Y es realmente una pena, porque tenemos que agradecerle a la formación magenta que fuese la primera en estar presente en la acusación de varios de los casos de corrupción que aquejaban a nuestra vida política, de los cuales han tenido que retirarse al quedarse completamente arruinados (recordad que Díez, que ya ha dimitido de la dirección y la portavocía de UPyD, ha tenido que ir dando sus mítines subida a un cajón de madera).  

Lo de Ciudadanos ha sido un caso llamativo: las encuestas les otorgaban una intención de voto similar o igual a la de Podemos. Sin embargo, a pesar de que presuman de ser la tercera fuerza municipal del país, parece ser que, a nivel autonómico, los resultados han sido menores de lo que ellos mismos esperaban. Es muy significativo el hecho de que Ciudadanos no supera en número de diputados a Podemos en ningún parlamento autonómico. Si acaso lo iguala, como el en caso de La Rioja donde ambas formaciones cuentan con 4 diputados o la Comunidad Valenciana, con 13 cada uno. En los parlamentos de Castilla-La Mancha y Navarra, Ciudadanos ni siquiera ha obtenido representación, mientras que sí lo ha hecho Podemos. Todo hace pensar que las encuestas que auguraban tan buena fortuna a los de Ribera quizás (y sólo quizás) habían sido artificialmente infladas con la intención de frenar el ascenso de Podemos.  Con lo cual, y a resultas de lo visto, lo que sí tenemos que agradecerle a Ciudadanos es haberle robado votos al PP. Mucha gente parece haber entendido que los de naranja son la marca blanca de los populares. No resulta extraño que, al poco de que el presidente del Banco Sabadell declarase que “necesitamos un Podemos de derechas”, Ciutadans de convierta en Ciudadanos y se expanda al resto de España.

No obstante, a los de Rivera también les toca ahora retratarse. Y saben que si quieren tener posibilidades en las elecciones generales, entonces no puede vender barata su lealtad al PP. Tienen una prueba crucial en Madrid, donde, dependiendo hacia qué lado basculen, podrían darle la presidencia de la Comunidad a Gabilondo o Cifuentes.  

Sobre Barcelona en Comú, Ada Colau ha sabido rentabilizar electoralmente su extraordinaria labor como portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Lo cual implica también otro enorme reconocimiento para Podemos, uno de los partidos integrantes de Barcelona en Comú y de Ahora Madrid, la otra gran triunfadora. La ex jueza y co-fundadora de Jueces para la Democracia, Manuela Carmena, ha suscitado una ola imparable de ilusión que ha logrado lo que hasta hace bien poco se creía imposible: acabar con 20 años de hegemonía de la derecha en la capital de España. Y lo ha conseguido en tan sólo unas semanas, algo (el afianzamiento de su liderazgo) que a Ada Colau le ha costado años consolidar. Así, por fin se empezarán a dar solución a problemas tan sangrantes como los desahucios o la pobreza energética.  

Volviendo a Colau, ella tiene por delante el deber de formar gobierno, lo cual supondrá todo un reto porque necesita el apoyo de los socialistas catalanes, de ERC o de los idependentistas de izquierdas de las CUP. Pero sería terrible, teniendo en cuenta el momento histórico en el que estamos, que las mencionadas fuerzas políticas catalanas no se pongan de acuerdo. Al contrario, todo hace pensar que lo harán y la futura nueva alcaldesa podrá llevar adelante su programa ciudadano (lucha sin cuartel contra los desahucios, reforma fiscal en un sentido progresivo y lucha contra los grandes defraudadores, defensa y aumento de la inversión en los sistemas públicos de salud y educación y fin de su proceso privatizador allí donde se dé, legislación para prevenir las puertas giratorias y un largo etcétera).

Por su parte, el PSOE tendrá que retratarse: o pactar con el PP e impedir el cambio democrático (y entonces hundirse electoralmente por completo, cual PASOK griego) o apoyarse en las nuevas formaciones políticas que hay sobre el tablero. Así, Pedro Sánchez probablemente tratará como pueda de subirse al carro del “giro a la izquierda” y de la regeneración política. No obstante, a nadie se le olvida que él fue uno de los redactores de la modificación del artículo 135 de la Constitución Española (que supedita el pago de la deuda externa a la prestación de los servicios sociales), una reforma pactada entre los dos grandes partidos a espaldas de la ciudadanía. Además, es innegable que Susana Díaz mantiene con él una pugna soterrada por liderar el PSOE en un futuro próximo. No son pocos los que, dentro y fuera del partido, no ven en Sánchez un líder adecuado para el partido. Y esas luchas internas pueden debilitar al PSOE en los próximos comicios.

El PP, literalmente enfangado en sus propias corruptelas (Gürtel, Púnica, caso Rus…), paga muy cara su desvergüenza. Se creyeron que España era su cortijo en el que podían hacer y deshacer a placer. Y el pueblo ha dicho ‘basta’. Por su parte, el inmovilismo de Rajoy no hará sino empeorar su situación. Hasta hoy estaba pensando “ahora habrá que ver si los barones populares permanecen donde están, como buenos capitanes, o huyen como hacen las ratas ante el inminente hundimiento del barco”. No hemos tardado en saber la respuesta: Fabra (Comunidad Valenciana), Bauzá (Baleares) dimiten; por su parte, Rudi (Aragón) anuncia que no se volverá a presentar a la presidencia del Partido Popular de dicha Comunidad y Herrera (Castilla y León) insta a Rajoy a “que se mire al espejo” antes de decidir si se presenta o no a las elecciones generales. Además, Aguirre es ampliamente cuestionada tras sus resultados electorales, contando con muchísimos más enemigos acumulados que apoyos entre sus filas. En suma, el PP parece al borde del hundimiento. Debería acometer una profunda renovación y democratización interna si quieren, al menos, intentar volver a levantarse. Pero nada indica que lo vayan a hacer por sí mismos.     

Tras este evidente giro a la izquierda en nuestros municipios y autonomías, los nuevos partidos deberían actuar como de ellos se espera y promover el desaforamiento de todos los diputados y diputadas (incluido en el PSOE, si es que desean que se les tome por algo distinto). De esta forma, Alfonso Rus dejará de contar billetes y tendrá que contar los barrotes de su celda o conformarse con contar los trajes de chaqueta que nadie le compra. Y como Rus, otros tantos presuntos y probados delincuentes, sean rojos, azules, naranjas, morados o cualesquiera. El combate contra la corrupción debe ser una de las señas de identidad de la nueva política.

PP y PSOE han perdido entre ambos 13 puntos porcentuales y 3,3 millones de votos desde las últimas elecciones municipales. En las elecciones europeas del 2014, ambas formaciones no alcanzaron juntas el 50%. Así las cosas, ya no se puede decir que el bipartidismo esté llegando a su fin. No, el bipartidismo está definitivamente muerto. La regeneración política, por definición, no puede venir de la mano de los viejos partidos. El bipartidismo ha dado paso a una pluralidad política bien visible, que refleja las ansias que tiene este país de más y mejor democracia. Y está visto que esa regeneración democrática está imbuida de un espíritu plenamente popular y tiene nombre de mujer: Manuela, Ada, Mònica. Porque la revolución democrática o es feminista o no podrá ser tal.                 

lunes, 2 de marzo de 2015

Y nosotros ¿qué?

Ahora que ha concluido el Debate sobre el estado de la Nación, nos preguntan eso de "¿quién cree usted que ha sido el ganador?" Si lo pensamos bien, yo diría que la pregunta, en sí misma, ofende a la inteligencia. ¿Quién cree usted que ha sido el ganador? Como si todo esto no fuese más que un juego, el del "y tú más", más preocupados por descalificarse mutuamente que por mejorar la calidad de vida de la ciudadanía; lo dicho: una farsa, puro teatro.

Lo peor es que con este lamentable espectáculo se devalúa algo tan noble como es el ejercicio de la política, que no es otra cosa que la preocupación por los asuntos públicos, por cómo y bajo qué normas y leyes organizar la vida en común de una forma que sea lo más justa posible. La política es, o debería ser, pues, un asunto que nos incumbe no sólo a los políticos profesionales, sino a todos nosotros y nosotras.  

Cuando yo oigo lo de "y usted ¿quién cree que ha sido el ganador?", me pregunto: y el pueblo ¿cuándo va a ganar? Los más de 4 millones de parados, muchos de ellos padres y madres sin trabajo que han de alimentar a sus hijos estirando la paupérrima pensión de los abuelos ¿cuándo van a ganar? Las mujeres, que cobran de media un 11% menos que los hombres aun haciendo el mismo trabajo, los enfermos de hepatitis C, los dependientes a los que se les han disminuido artificialmente el grado de dependencia para reducir (o anular) las pensiones que legítimamente se les deben, las y los estudiantes que no pueden continuar su carrera por no poder pagar las cada vez más elevadas tasas universitarias... Todos ellos, ¿cuándo van a ganar?