lunes, 9 de noviembre de 2009

Frío

El quirófano es un sitio muy frío. Quien ha estado en uno, lo sabe. Y no sólo porque sea un sitio en el que a uno no le apetezca estar, sino por el ambiente, por todos esos artilugios que te rodean y que prefieres no imaginarte para qué sirven. Los focos, que, más que alumbrar, parece que te estén sometiendo a un tercer grado. Luego, alrededor tuyo, está esa gente de traje verde y guante blanco que sólo dejan al descubierto sus ojos. Gente que ni conoces ni te conoce.

¿Y luego? Luego estás tú. Acojonado. Solo.

Resumiendo: no es una situación agradable.

A tu lado se aparece una tía que te ata una goma en la muñeca para que se te ponga la vena como una morcilla de Burgos. Después, sin que te dé tiempo ni a verlo, esa misma mujer se ha armado con una aguja enorme. “No te pongas nervioso, que sino será peor”.

¿¿Peor??

“Ahora, cuenta hasta diez empezando desde atrás”, te dice el cirujano. No hace falta, ni siquiera llegas a cinco. Después la vista se nubla. Oyes, pero no comprendes. Sentir, no sientes nada. La percepción del tiempo es engañosa; lo que para ti pueden ser cinco minutos, en realidad es una hora.

Luego, despiertas. Sensación de angustia. A veces dolor.

Ahora ya estoy en casa y todo está bien. Tranquilidad.


En fin, luego me haré unas rayitas de colacao y me olvidaré de todo esto.