sábado, 2 de agosto de 2008

Anábasis de Alejandro Magno. IV Parte


Alejandro cortando el nudo gordiano, obra de Jean-Simon Berthélemy



¡Hola de nuevo!


En el último artículo (justo debajo de éste) dije que antes de septiembre escribiría uno nuevo. Pues bien, aquí está: la cuarta entrega de la Anábasis de Alejandro Magno.

Pero, además, tengo pensado escribir otro artículo este mismo mes. Estad antentos.

He de decir, en mi defensa, que esta "vagancia" que me ha entrado de repente sólo durará hasta que empiece el curso. Por cierto, ¡Segundo de Carrera ya! jejeje. Entonces volveré a escribir con regularidad. La próxima entrega será probablemente a comienzos de septiembre como muy tarde.



Bueno, os dejo con la historia. Empezamos con el Libro II.


Sigue desde [...] Así, el de Aérope fue llevado ante el caudillo macedonio y puesto bajo arresto.

Tras Hiparna, Alejandro conquistó la Frigia y se dirigió hacia Gordio.


LIBRO II

Una vez Alejandro en Gordio, fue hasta el gran palacio del mismo y de su hijo Midas, para ver su carro y el nudo del yugo que rodeaba a este, pues corría una leyenda que decía que quien fuera capaz de deshacer semejante nudo sería rey de toda el Asia.

Alejandro se dispuso a ello, pero el nudo era terriblemente enrevesado, de tal manera que no titubeó el caudillo macedonio y directamente cogió su espada y lo cortó. Además, aquella noche cayó una atronadora tormenta, como señal de algo divino. De modo que Alejandro ofreció al día siguiente una serie de sacrificios a los dioses.

Estando Alejandro en Gordio le llegaron noticias de que Arsames pretendía conservar la ciudad de Tarso para los persas, así que Alejandro puso rumbo hacia allí dispuesto a impedírselo. En ello estaba el caudillo macedonio cuando de pronto le sobrevinieron unas terribles fiebres que le hicieron caer muy enfermo. Los médicos pensaron que no sobreviviría, menos uno de ellos, Filipo, que discrepaba del diagnóstico. Le dijo a Alejandro que él podía curarle mediante un brebaje. Alejandro aceptó, pero justo antes de tomarse el purgante le fue entregada una nota de Parmenión que decía que se cuidara de Filipo, pues se contaba que había sido comprado por Darío para asesinarlo. Aún así, Alejandro bebió y sanó, demostrándose así cuáles eran las verdaderas intenciones del médico.

De camino hacia Tarso pasó Alejandro por la ciudad de Solos, harto complicada de conquistar, pues sus habitantes eran aliados de los persas. Al ser vencidos, Alejandro les impuso una multa de doscientos talentos de plata por haberse resistido. Conquistada Solos, Alejandro realizó una ofrenda a Asclepio y continuó su camino hacia Tarso.

Entre tanto a Darío le llegaron informaciones sobre la situación de su adversario y quiso correr a su encuentro. Pero un consejero suyo, Amintas, le recomendó que fuera prudente y que esperara, que Alejandro vendría solo. Darío no hizo ningún caso, puesto que tenía muy claro que lo que quería era ir a por Alejandro cuanto antes, ya que pensaba que el macedonio no se atrevería a enfrentarse a él. Con este pensamiento puso el Gran Rey rumbo hacia la ciudad de Iso.

Mientras Darío tomaba Iso, Alejandro recibió la noticia de que el monarca persa se encontraba en su retaguardia dispuesto a enfrentarse a él. Así las cosas, Alejandro concentró a sus tropas y las preparó para la batalla, con una gran arenga incluida.

Llegó el momento. Los ejércitos persa y macedonio se encontraron frente a frente. La batalla fue cruenta, con resultado favorable para Alejandro. Aunque el macedonio resultó herido en una pierna, las bajas macedonias se contaban por decenas; las persas, por miles. Darío terminó huyendo despavorido del campo de batalla al temer por su vida. No obstante, su carro y sus tesoros fueron capturados por los hombres de Alejandro, así como su madre, su esposa y sus hijos. Él, lejos de ser tratarlos como prisioneros, les dio honores reales.