miércoles, 4 de mayo de 2011

Sobre la legitimidad de la II República

El pasado 14 de abril, día del 80º Aniversario de la proclamación de la II República Española, yo escribí un artículo conmemorando la fecha. Dicho artículo, que no tenía otro fin más que reivindicar su memoria, ha generado su correspondiente polémica. Y eso está muy bien, me gusta. Eso genera debate, alimenta las mentes. Y siempre es saludable cuestionar las ideas establecidas, siempre que se haga desde el respeto, por supuesto.

El artículo en cuestión es justo el anterior a este: ¿Fracasó en verdad la II República?, del jueves 14 de abril de 2011.

La polémica surgió a raíz del comentario (que se puede ver clicando en la pestaña "comentarios" del artículo en cuestión) de un lector que cuestionaba mi visión sobre la legalidad republicana aduciendo que la II República era ilegal dado que fue instaurada tras unas elecciones municipales y no presidenciales. "Sería igual que si tras las proximas elecciones municipales ganase el PP y por este motivo se nombrase a Rajoy presidente", dice nuestro amigo.

Bien. Primero, decir que no se pueden juzgar los acontecimientos del pasado con los ojos del presente. Cada hecho histórico pertenece a su tiempo, a su lugar y a su contexto social, político y económico, y bajo tales circunstancias debe ser siempre juzgado.

En caso de no actuar así se corre el peligro de cometer errores como decir que Isabel la Católica era franquista, por ejemplo.

Sí, cosas como esa he oído yo. Y peores también.

La misión de un historiador consiste en ofrecer una visión rigurosa sobre el pasado que sirva de guía a la sociedad para construir su presente y su futuro.

Pero esa visión del pasado no es única, puede ser rebatida o enriquecida con nuevos argumentos, siempre que éstos se asienten sobre unas fuentes palpables y verificables.

Con este galimatías quiero decir que discrepo con la visión de la II República como régimen fracasado e ilegítimo. Me parece completamente absurdo. Y diré por qué:

Primero: porque el régimen anterior, tras la dictadura de Primo de Rivera (que era ilegal ya que rompía el orden constitucional de entonces), carecía de toda legitimidad.

Segundo: porque, a lo sumo, lo que debía hacer el régimen constitucional de Alfonso XIII es tratar de recuperar esa legitimidad perdida, pero esto es justamente lo que no se produjo merced a las elecciones del 12 de abril.

El argumento de la ilegitimidad republicana es, de nuevo, en sí mismo, absurdo y extemporáneo, ya que hasta el propio Alfonso XIII admitió el carácter plebiscitario que había tomado la consulta del 12 de abril (precisamente por eso se fue al exilio). Y nadie, ni el mismo Sanjurjo, quiso intervenir (al menos en ese instante) contra lo que todo el mundo (y toda la historiografía, menos Ricardo de la Cierva) consideraba una clara manifestación de la voluntad popular.

Sobre la segunda pregunta de nuestro lector: No, Largo Caballero no fue nunca un adalid de la democracia liberal. Pero también hay que juzgar a Largo Caballero en su contexto: y es que, en la década de los 30 del siglo pasado, las democracias europeas estaban demostrando ser de todo menos fiables: con su política de apaciguamiento, Francia e Inglaterra no hacían sino animar a Hitler, quien, a la postre, demostró ser el auténtico enemigo a batir, aparte de Stalin y sus verdaderos horrores. Y el Pacto de No Intervención no hizo más que empeorar la situación. De hecho el Pacto de No Intervención pronto sería conocido por la izquierda europea del momento como el Pacto de No (querer ver la) Intervención; concretamente la intervención de Hitler y Mussolini. Este hecho fue lo que provocó que al gobierno de la República no le quedase más remedio que jugar la carta rusa. Y, en este contexto nacional e internacional, no es extraño que causas como la de Largo Caballero ganasen adeptos en plena Guerra Civil. Adeptos desesperados que se sintieron terriblemente atemorizados al ver cómo las demorcracias liberales europeas abandonaban a la República, ante lo cual no les quedó más remedio que entregarse a la causa marxista o anarquista.

Y, por cierto, la estatua a Largo Caballero está dedicada en cuanto a que fue Ministro de Trabajo y Previsión Social. Y te aseguro que durante su ministerio, la clase obrera fue dotada con la legislación más progresista hasta entonces: se legalizaron las asociaciones obreras y todas sus actividades, mediante el Decreto de Inspección del Trabajo trató de protegerse a los obreros de los abusos a que eran sometidos en las fábricas, se aprobó la Ley de Subsidios por Accidentes de Trabajo, se estableció la jornada laboral de 8 horas para el campesinado, se prohibió el empleo de todos los trabajadores que vivieran fuera del municipio en donde estaban enclavadas las fincas mientras todos los trabajadores de ese municipio no hubieran obtenido trabajo. La legislación de Largo Caballero, además, provocó la casi duplicación de los salarios en el sur de España durante el primer bienio republicano (Octavio Ruiz Manjón-Cabeza, La Segunda República y la Guerra. No sé de qué año es, lo siento). En resumen, como Ministro de Trabajo Francisco Caballero logró mucho más para el movimiento obrero que todo lo que se hizo durante la monarquía de Alfonso XIII o las dictaduras de Primo de Rivera y Franco. Y, sólo por eso, Francisco Largo Caballero sí se merece una estatua.

De modo que la República, al parecer de la gran mayoría de los historiadores nacionales e internacionales, no fue para nada ilegal. Al contrario: fue el régimen legítimo de España. Y no es que fracasó, es que la hicieron fracasar. La hicieron fracasar por un golpe de Estado, éste sí completamente ilegal, perpetrado el 18 de julio de 1936. Un golpe cuyas consecuencias continuaron aún mucho después de acabada la guerra en 1939, con la represión franquista.

Podéis leer, si queréis, el último libro de Paul Preston El Holocausto español, Debate, Barcelona 2011. En este libro se repasa también pormenorizadamente la brutal represión republicana, así que no es nada partidista.

Pero como a mi habrá quien no me crea nada (o poco) de lo que acabo de decir, sugiero, si os apetece, que leáis la trilogía que le ha dedicado a la II República Ángel Viñas, reputado y solvente historiador. También podéis leer a Paul Preston, Gabriel Jackson, Ángel Bahamonde o Ismael Saz Campos, todos ellos reconocidos historiadores.

viernes, 1 de abril de 2011

¡"Pensamientos en la Red" para todo el mundo!


No estaba en la lista de gadgets habituales que ofrece Blogger, pero, gracias también a Google y tras mucho investigar, ¡he encontrado la herramienta que permite traducir esta página web a cualquier otro idioma!

¡Pensamientos en la Red para todo el mundo!

También he renovado mi lista de libros de la derecha y ¡ya estoy preparando la siguiente entrada!

¡Salud!

miércoles, 30 de marzo de 2011

¿Es España un país extraño? / 2

Continuamos aquí revisando esa visión fatalista de la Historia de España que habíamos iniciado en el artículo anterior...

1898 es el año fatídico, el gran Desastre nacional: España pierde la guerra contra Estados Unidos y pierde Cuba y Filipinas, los últimos vestigios del Imperio que había sido. Este hecho determina una idea de la muerte de la Nación española: España está derrotada. Por otra parte, están emergiendo los nacionalismos vasco y catalán ¿quién sabe si comenzará a disgregarse? España, en fin, es una nación moribunda, se pensaba entonces.

Es en aquellos momentos cuando aparece toda una literatura, llamada la “literatura del Desastre” y se plantea el problema de España ¿qué le pasa a España?: ¿España muere? ¿España no encaja en Europa? La literatura a este respecto es muy diversa; y las reacciones, también. De hecho, Ramiro de Maeztu, uno de los intelectuales más inspiradores del franquismo, se apunta voluntario para luchar en Baleares contra Estados Unidos, lo cual no tenía ningún sentido, ya que los estadounidenses no tenían ni idea de dónde estaba Baleares. (Y, personalmente, yo que he estado allí, creo que todavía hoy siguen sin saberlo).

La percepción imperante era que a los españoles no les importaba mucho la situación. Se decía que cuando sucedió el desastre los españoles “se fueron a los toros”. Quería reflejarse así la sensación de que los españoles no estaban muy nacionalizados, es decir, que no estaban muy identificados con su país, lo cual no parece tener tampoco mucho sentido. No obstante, quería reflejarse así el sentimiento de culpabilidad, de dolor por lo que estaba pasando en aquel momento. “Me duele España”, decía Unamuno. Quien también dijo aquello de que “el fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”. Cuánta razón ¿No créeis?

Pero lo cierto es que, en aquellos momentos, crisis finiseculares como la española se dieron también en gran parte de Europa. Estamos en la época de auge del imperialismo. Las potencias europeas se han repartido el mundo. Pero ya no queda mucho que repartir y ahora esas potencias pugnan entre sí por lo poco que queda. Y chocan. Y en todo choque siempre hay alguien que pierde y alguien que gana.

Por ejemplo, si pensamos en Italia, veremos que los italianos fueron derrotados en Etiopía. ¡Derrotados por unos africanos! ¡Y además negros! ¡Qué vergüenza para los italianos, una gran potencia nacional!

Portugal también sufre su propia crisis. Y es que cuando Portugal concibe la posibilidad de unir sus colonias africanas (Angola y Mozambique) se encuentra con una respuesta germano-británica terminantemente negativa. Gran Bretaña y Alemania responden a Portugal que no, que ni se le ocurra y que tenga cuidado, porque pueden acabar expropiándole las colonias a los portugueses. Esto supone una gran humillación nacional para Portugal.

Alemania, que es una potencia emergente, ve como una humillación la derrota de los bóers en Sudáfrica porque los consideraba como potenciales aliados de cara a la propia expansión imperial germana. Esto supone una humillación de Alemania para con el Reino Unido. Pero el Reino Unido tiene su propia humillación: el conflicto de Guayana con Estados Unidos.

Los franceses, por su parte, también en África, tuvieron que dar marcha atrás frente a los ingleses (Crisis de Fachoda), que fue una humillación nacional para los franceses; que se unía, a su vez, a la que se había producido más de 20 años antes con la derrota francesa ante Prusia. De hecho, la idea de la nación moribunda, la idea de la nación decadente, donde realmente nace, donde verdaderamente se arraiga y coge fuerza es en Francia. Después esa idea se traspasa a otras naciones.

Lo que se quiere demostrar con estos ejemplos es que en toda Europa, en esa época de apogeo del imperialismo, de reparto del mundo, todos los países tenían una vergüenza nacional que afrontar y asumir. España, pues, no era un caso único. Y esta vergüenza se asumía más o menos en función de la existencia de visiones previas sobre esa idea de la decadencia con la muerte de la nación. Porque el otro elemento fundamental que también está presente en Europa del momento, incluida España, es la idea de la decadencia no sólo de la nación, sino también de la sociedad y de los individuos. Ahí se produce una conjunción de decadencias (decadencias de la sociedad, la nación y la política) y comienza a emerger, primero en Francia y luego se extiende al resto de las naciones europeas, la idea de la decadencia social y política europea (se llega a hablar, incluso, de la “decadencia de la raza blanca” y del “peligro amarillo” que suponen los chinos).

Es entonces cuando esta idea empieza a encontrar sus culpables: ¿por qué decae la nación? La respuesta de los conservadores es: porque el liberalismo, y sobre todo la democracia (y sus hijos: el socialismo) destruyen la fuerza y el alma de la nación. Charles Maurras, historiador conservador francés, encuentra sus propios culpables, que son la masonería, los judíos, los protestantes y los extranjeros. Éstos son los que destruyen la base de la fuerza de la nación francesa. Así pues, si algo destruye el tejido que une al país, entonces hay que hacerle frente, hay que rebuscar la esencia que permite renacer.

Hay varias respuestas a esta cuestión: por un lado tenemos a los republicanos ( quienes dicen que para que renazca la nación: más libertad y más democracia). Luego tenemos otra vía, que es la que identifica los males de la nación con el liberalismo, la democracia, la masonería, el comunismo, etc. identificados como la anti-Francia o la anti-España.

Así pues, ¿dónde está la esencia de la nación? Un intelectual francés dirá “la esencia de la nación está en el pueblo francés”. A lo que Maurras responde que “la esencia de Francia está en la monarquía y la religión católica”. La tesis de Maurras es que Francia fue grande con la monarquía y empezó a hundirse a partir de la Revolución Francesa, el liberalismo y la democracia.

Del catolicismo como esencia de la nación ya había hablado en España un famoso intelectual: Marcelino Menéndez y Pelayo. (quien decía eso de que “España, o es católica o no es”). Y es que Menéndez y Pelayo es una figura central en lo que luego se llamará nacional-catolicismo.

Así pues, en España, como en Francia, se asume totalmente la idea de la decadencia de la nación. Como respuesta, en toda la literatura regeneracionista (la Generación del 98: Unamuno, Baroja, Azorín, etc.) hay una idea clara que va a pervivir: el problema de España es que no está en Europa. “España es el problema”, decía Joaquín Costa, y luego retomaría Ortega y Gasset: “España es el problema y Europa la solución” (pues Europa se identifica con la técnica, la industria, el desarrollo del capitalismo, la educación...).

Luego tenemos otra perspectiva, defendida por un sector que explica la decadencia de España por el calado de las ideas extranjeras: entró la Ilustración, el liberalismo, la democracia, etc. Todo esto es considerado antiespañol, no es propio de España, porque España, como decía Menéndez y Pelayo, “o es católica o no es”. Por lo tanto, según esta visión, hay que volver a situar al catolicismo como la base de la identidad nacional española.

Pero hay otro sector de los regeneracionistas, las gentes del 98, que van más en otra línea. Estos intelectuales propugnan que la fuerza de España está en el pueblo, es el pueblo quien realmente hace España. Pero ¿qué es el pueblo? ¿Dónde está el pueblo? Estos intelectuales vienen del socialismo, como Unamuno, o del anarquismo; pero en ningún caso estamos hablando ahora de los antiliberales. Estos intelectuales, socialistas, anarquistas, van empezar a encontrar el pueblo en un sitio: en Castilla. ¿Dónde está la fuerza del pueblo? En la lengua, en la lengua castellana. ¿Dónde está la esencia del pueblo? En el paisaje, en el paisaje de Castilla.

Aquí debemos establecer una comparación importante: la perspectiva católica y conservadora, representada por Menéndez y Pelayo, es esencialmente antiliberal y antidemocrática. Pero, desde la perspectiva de los regeneracionistas y de la Generación del 98, ellos mismos no se declaran antiliberales, sin embargo, socavan las bases del liberalismo. No se fían del liberalismo tal de su época, no se fían del parlamentarismo tal y como existe en su momento, no se fían de la democracia tal y como existe en ese momento. Así, muchos de los posteriores seguidores de la Generación del 98 serán antiliberales. Muchos de estos seguidores dirán: “el parlamentarismo español tiene muchos problemas”, “el liberalismo español tiene problemas, tiene fallos”. Sin embargo, la respuesta de estos seguidores de la Generación del 98 no es más democracia para corregir los defectos, los fallos o los errores de la nación, sino que lo que dicen es: hace falta un hombre, como el “cirujano de hierro” del que hablaba Costa. Hace falta un hombre, un general. Es decir, para que la cosa vuelva a funcionar bien, hace falta una dictadura. Una dictadura transitoria (ellos no se plantean algo permanente) para que arregle los males de España y luego dé paso de nuevo a la democracia. Idea que, por cierto, ya en ese momento no tenía nada de novedoso: en la Antigua Roma las leyes ya contemplaban la posibilidad de que un hombre, un general, pudiese acceder al poder para que, gozando de plenos poderes y sin cortapisas de ningún tipo, devolviese las cosas a su lugar en un momento de crisis. Eso sí, se estipulaba que la dictadura sólo podía durar un máximo de tiempo determinado: seis meses. De hecho, así fue como el famoso Julio César accedió al poder.

Que nadie se asuste, no estoy defendiendo la dictadura ni muchísimo menos.

Es evidente que con esta idea del cirujano de hierro ya se están socavando las bases de la democracia, pues la solución a los males de España ya no está en ese pueblo del que tanto habían hablado, sino que la solución está en el recurso a un hombre, a una dictadura (siempre pensada como una dictadura transitoria).

Y no solamente en España sino, en general, en toda Europa se rompe, a partir de los años 70 del siglo XIX, con esa premisa de que la base de la nación es la libertad, de que el liberalismo hace la nación. Todo eso se quiebra. Ahora los términos se han invertido: ahora la base de la nación ya no es la libertad; ahora la libertad, el liberalismo y la democracia son los enemigos de la nación.

No obstante, esto no debe entenderse mal. Hay que dejar claro que los intelectuales de la generación del 98, los representantes de la Edad de Plata de la cultura española (Miguel de Unamuno, Joaquín Costa…) no son, en ningún caso, antiliberales. No obstante, sí desconfían del liberalismo, pero del liberalismo de su tiempo. Desconfían de la democracia de su tiempo. Y eso va a permitir a muchos personajes de las primeras décadas del siglo XX utilizar a los noventayochistas autodeclararse como seguidores de Unamuno o de Joaquín Costa.

Así, los intelectuales de la Generación del 98 serán reivindicados por todas las facciones en liza, tanto comunistas como socialistas y, también, los fascistas. Los falangistas, el fascismo español, se referirá a la Generación del 98 como “sus abuelos” y a Ortega y Gasset y sus contemporáneos como “sus padres”. De esta forma, el fascismo español se apropiará de muchas de las ideas de los representantes de la Generación del 98 (como la fuerza del pueblo, lograr el apoyo del pueblo) y les dará una reformulación fascista. Pero eso no quiere decir, en absoluto, que Miguel de Unamuno, Joaquín Costa o José Ortega y Gasset fuesen prefascistas. Eso es totalmente falso y hay que dejarlo claro desde el principio.

Por lo tanto, veremos como este magma de ideas va a influir en los procesos políticos, culturales e ideológicos hasta llegar a constituir las bases ideológicas del franquismo.

Pero también hay que subrayar que, desde una perspectiva y otra, lo que se queda fijado con la crisis finisecular es esa idea del fracaso de España en el siglo XIX. Se queda fijado el problema de Europa. El problema de España es que no está en Europa, por tanto Europa es la solución.

Hoy por hoy España ya es plenamente europea, pertenece, de hecho, a la Unión Europea. Pero a lo largo de la Historia del siglo XX toda esa gente que se ha declarado “más europea que nadie” porque decía que Europa “o era fascista o no era”, los que decían “España es el más europea de los pueblos”, “España estará al mando de la Europa fascista junto con Alemania e Italia”, esos mismos personajes, o sus herederos, 30 años después decían: “yo siempre he sido demócrata porque yo siempre sido proeuropeo”. Es decir, se ha construido una idea de Europa como algo monolítico, siempre liberal, siempre democrático, etc. que tampoco es cierta. La idea de Europa ha sido muy cambiante lo largo de la Historia, pues, como vemos, también ha habido una idea de la Europa reaccionaria y conservadora.

El problema de España, decían, es que no está en Europa. Por eso, en la actualidad, cada gobierno ha tendido a atribuirse el mérito de introducir a España en Europa. Así lo hizo, en 1986 cuando España ingresó en la UE, el gobierno de Felipe González: presumía de haber mentido a España en Europa. Lo mismo hicieron después los gobiernos de Aznar. Pero es que ¿España no estaba en Europa antes de 1986? Y entonces ¿dónde estaba?

Así, podemos ver cómo el siglo XIX ha sido un siglo maldito para todas las facciones ideológicas: para los conservadores y los tradicionalistas porque el siglo XIX ha sido el siglo de liberalismo, el siglo del retroceso del catolicismo, el ciclo de desarrollo del republicanismo y de la democracia; en fin, todo lo que, según ellos, es contrario a España. (Franco, de hecho, decía que había que “borrar el siglo XIX de la Historia de España”. Y también, desde la otra perspectiva, la de izquierdas, el siglo XIX español también es un siglo maldito porque la revolución liberal no consiguió triunfar de verdad, no se desarrolló la educación, etc. Por tanto, para unos el siglo XIX es un signo maldito porque hay un exceso de liberalismo y, para otros, el siglo XIX es un siglo maldito porque hay un defecto de liberalismo.

No obstante, como decíamos, esa visión del siglo XIX como un signo maldito se ha ido revisando recientemente en la historiografía.

Cabría señalar para terminar con este epígrafe una de las principales diferencias que hubo entre el final de la Guerra Civil española siglo XX y el final de las Guerras Carlistas del siglo XIX. Y es que esto es muy importante porque mientras las Guerras Carlistas del siglo XIX terminaron con la reconciliación nacional entre vencedores y vencidos (recordemos el Abrazo de Vergara entre Maroto y Espartero) y la instauración del sistema liberal en España, el final de la Guerra Civil española del siglo XX supuso la represión sistemática del bando vencido por el vencedor, la instauración de una dictadura fascista, antidemocrática y la instauración de un Estado totalitario.

lunes, 28 de febrero de 2011

¿Es España un país extraño?

Para quien aún no lo sepa, yo estudio Historia. Historia del Mundo en general, pero también Historia de España. Estos días nos hemos estado replanteando la visión tradicional de la Historia de la España contemporánea que se ha dado en los últimos tiempos. Me refiero a la tradicional visión de atraso, fracaso absoluto, que se ha venido dando para explicar el siglo XIX de nuestro país. Y no sólo el XIX, sino también nuestro propio presente.

El caso es que, personalmente, las clases que he dado estos días me han resultado bastante interesantes y quisiera compartirlas con vosotros. Al menos, con quien le interese la Historia.

Así pues, con este artículo comienza una serie de unos pocos escritos en los que iremos revisando esa opinión un tanto pesimista, catastrófica quizás, que se tiene de la Historia de la España contemporánea.

Por supuesto, no todos los artículos que vengan después de este irán de lo mismo. Seguiré escribiendo al mismo tiempo sobre otras cosas que nada tengan que ver con la Historia. Ya sabéis que yo soy muy variado.

En fin, vamos a lo que nos toca hoy. Espero no aburriros demasiado...

Comencemos por el principio:

La idea básica que ha sostenido durante años la historiografía tradicional es que, a finales del siglo XIX, desde el célebre Desastre del 98, España estaba atrasada en todos los órdenes. En España, se decía, no hubo una revolución burguesa, como sí la hubo en Francia (nos referimos a la famosa Revolución Francesa de 1789); en España fracasó también la revolución industrial, como la que sí se dio en Inglaterra. Incluso se llegó a decir que España había fracasado nacionalmente, que no se había construido una nación con todos los españoles perfectamente identificados con su patria. La idea, pues, era que los españoles no estaban suficientemente nacionalizados, por así decirlo.

No obstante, esa visión catastrófica de España ha cambiado hoy bastante. Actualmente tiende a pensarse que sí hubo en nuestro país una revolución burguesa, aunque quizá sería mejor definirla como revolución liberal, que en muchos aspectos fue verdaderamente radical. Esta revolución tuvo efectos sociales completamente revolucionarios, dio paso a una sociedad burguesa y, en aquellos momentos, la economía española (agricultura, industria, etc.) no estaba, de ningún modo, estancada. Todo lo contrario: se alimentó, gracias al desarrollo de la agricultura, a un número creciente de españoles; desaparecieron las crisis de subsistencia y la agricultura creció (desigualmente, pero creció). Las críticas a este aspecto suelen ser que la industria sólo creció en algunas zonas de España como Cataluña y el País Vasco, pero si nos fijamos en el caso inglés, por ejemplo, veremos que el gran foco de desarrollo industrial inglés fue Glasgow, mientras que Escocia, que estaba al norte, quedó bastante estancada. Siguiendo con el caso español, podemos decir que Valencia también fue un importante foco de desarrollo de la industria (cerámica en Castellón calzado y juguetes en Alicante). De hecho, Valencia era la tercera provincia industrial del país en el año 1900.

Por consiguiente, ya no se habla de fracaso, sino que prefiere hablarse de crecimiento con cierto retraso. Si repasamos la evolución económica española desde el año 1900 hasta el año 1975 lo que vamos a apreciar, y ésta es la idea que cabe retener, es que la economía española crece. Lo que pasa es que las economías europeas, como la inglesa o la alemana, crecen mucho más, lo cual provoca que se vaya abriendo una distancia creciente en la evolución de la economía española con respecto a las economías europeas de los países más avanzados del continente europeo. De 1900 a 1935 la economía española crece bastante y la distancia con el resto de las economías europeas se acorta, de forma sensible pero sostenida. Después, de 1935 a 1950 las distancias entre la economía española y las europeas vuelve a ampliarse, y de 1950 a 1975 la economía española vuelve a crecer y de nuevo se acortan las instancias. Así pues, puede verse como la economía española no se estanca, sino que lo que sufre es un retraso relativo y cierta recuperación, pequeña, pero paulatina y sostenida, de las distancias con las economías europeas.

Esto que acabamos de decir se puede apreciar de muchas formas, y es que, por ejemplo, el número de ciudades españolas con más de 100.000 habitantes se duplica entre 1900 y 1935 (la población de Barcelona y Madrid se duplica durante esos años), en esos mismos años el índice de analfabetismo se reduce a la mitad, las clases medias crecen. E incluso crece la media de altura de la población, lo cual indica una mejora de la alimentación, y esto sugiere un mayor bienestar económico.

En lo que se refiere a la cultura, no se puede hablar, de ningún modo, de declive en el caso español. Todo lo contrario: durante el período 1900-1935 se desarrolla en España una cultura moderna, laica. Así, nos referimos a este período como la Edad de plata de la cultura española, con sus famosas tres generaciones literarias (1898, 1914 y 1927) Los noventayochistas como Miguel de Unamuno o Pío Baroja; los de la Generación del 14, Ortega y Gasset o el propio Manuel Azaña; o los de la Generación del 27 como Federico García Lorca o Miguel Hernández, llamado “el poeta del pueblo”, por citar sólo algunos autores del período, pues la nómina es inagotable. Todos ellos y otros muchos escribieron las mejores letras de la literatura española desde el Siglo de Oro. No nos olvidemos tampoco de la creación de la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876, baluarte de la enseñanza moderna y laica y en la que se formaron destacados intelectuales, como el poeta y escritor Juan Ramón Jiménez, que recibió el Premio Nobel de Literatura en su exilio en San Juan de Puerto Rico en 1956.

Por no hablar de la ciencia en el mismo período, con la concesión del Premio Nobel de Medicina a Santiago Ramón y Cajal en 1906. Aunque en aquel momento en realidad la concesión del prestigioso galardón sólo significaba una luminaria aislada surgida del esfuerzo individual, los hechos posteriores demostraron que representaba un síntoma de la renovación científica de España del primer tercio del siglo XX, y que conscientemente se intentaba construir la nación mediante el progreso.

Volviendo al ámbito económico, entre 1910 y 1935 la proporción de la mano de obra empleada en la agricultura desciende 21 puntos, concretamente del 66 al 45%. Entre 1950 y 1975 el índice de la población activa en la agricultura hasta desciende del 50% al 24%; es decir, en 25 años este porcentaje se ha reducido casi a la mitad.

La teoría del péndulo.

Sobre esta teoría se desarrolló hace una década la llamada polémica sobre la normalidad española: ¿Era España un país normal? ¿Encajaba o no España en Europa? Esta teoría, además, coincidió con la llegada al poder del Partido Popular en los 90.

La polémica defendía que España había sido siempre normal. En el siglo XIX, en la época de la Restauración española, la mayoría de los países europeos tenían regímenes liberal-oligárquicos, no democráticos. Éste énfasis en la normalidad española tenía algunos problemas, por ejemplo, ¿cómo explicar entonces dos dictaduras en el siglo XX y una guerra civil? O se plantea otra vez la cuestión nacional: ¿Cómo explicar la pervivencia de los nacionalismos alternativos al español, como el catalán o el vasco?

Además, y esta parece ser la clave, la teoría de la normalidad española presentaba esa “normalidad” como sinónimo de “homologación” con el resto de Europa. Y ese es el problema: pensar que normalidad es igual a homologación, como si Europa hubiera sido siempre un paraíso ideal, como si no hubiese tenido problemas, como si el fascismo o el nazismo no hubiesen existido jamás. En la medida en que este discurso triunfalista está más del lado de los sectores más conservadores de la historiografía o de la derecha social o política, ¿cómo reaccionan los historiadores? Es lo que Ismael Saz llama la “construcción radical-democrática”, es decir, cuando se acentúa el énfasis conservador, la respuesta que observamos es la acentuación de una perspectiva radical. La perspectiva que antaño había subrayado aquella idea de fracaso de la revolución burguesa, que hablaba del fracaso de la revolución industrial y del fracaso de la afirmación nacional, con sus correspondientes supervivencias feudales. Esta afirmación presenta como culpable a la oligarquía financiera y la aristocracia terrateniente, que es la que bloquea la posibilidad democrática, que es también la que ofrece resistencias a los avances sociales y que, cuando llega la República, la hace inviable con su oposición, siendo esto lo que provoca la Guerra Civil que, a su vez, conduce el franquismo.

Bien, ahora ya nadie sostiene esto, pero de alguna forma esto mismo se reintroduce. Esto no quiere decir que en España no se diera una revolución burguesa o una revolución industrial, pero el liberalismo español en el siglo XIX había sido débil frente a la fuerza popular del carlismo, había una presencia desorbitada de los militares en la vida política, lo cual escenificaba una debilidad civil y de la burguesía. Había habido un catolicismo obsoleto, brutal, responsable del atraso cultural, España era un Estado muy centralista, pero a la vez con muy poca capacidad de nacionalización de los ciudadanos. Y así, con una derecha arcaica y montaraz, de alguna forma se podía volver a explicar el hecho de que se llegase a una guerra civil y a la dictadura franquista. Así pues, como hemos dicho al principio, se vuelve de nuevo a la teoría de la continuidad negativa de la Historia de España.

Por su parte, la propia visión liberal-conservadora, que Ismael Saz llama el “paréntesis”, introducía el sesgo contrario: el conservadurismo defendía que todo es normal en la Historia de España, la Restauración era normal, el régimen liberal-democrático era normal, funcionaba bien. Había cierto atraso económico-político-social, pero no era determinante. No obstante, siempre bajo la óptica de la visión liberal-conservadora, sí que había una cierta falta de movilización social, era la sociedad la que estaba poco movilizada.

(Obsérvese cómo, para la visión liberal-conservadora, la excusa de la sociedad es estupenda: cuando algo va mal la culpa es de la sociedad; sin embargo, cuando las cosas van bien es gracias a las élites gobernantes, que lo hacen todo estupendamente).

Así pues, según la teoría conservadora, el problema de España es culpa de la sociedad, que está poco movilizada, y es culpa la izquierda, que era deficiente, débil y radicalizada. Y este hecho, unido al error fatal del rey Alfonso XIII de avalar la dictadura de Primo de Rivera, condujo a la instauración de República, que fue un proceso de radicalización creciente.

Esto lleva a algunos historiadores a decir, como Stanley G. Payne, que en 1936 la República ya no era una democracia. Es por culpa de esta espiral de radicalización que se llega a la Guerra Civil y después viene franquismo y, a partir de 1975, se vuelve a la normalidad. Así pues, a partir de 1976 España ha solucionado todos sus problemas, ya que la izquierda no es tan radical como antes y la derecha, impoluta, simplemente enlaza con la derecha del sistema liberal de la Restauración, que era perfectamente normal. Por consiguiente, según la visión conservadora, la derecha no tiene nada que ver con lo que sucedió en el franquismo.

Ambos enfoques se pueden discutir. La primera crítica que podríamos hacer es que, de alguna forma, el paradigma del fracaso que se rechaza por las dos partes es reintroducido de nuevo. Así, por parte de la izquierda, esa idea de fracaso se reintroduce por la vía del militarismo decimonónico, de la derecha montaraz, de la Iglesia como institución absolutamente obsoleta, etc. y desde la perspectiva conservadora, de derecha, esta concepción del fracaso español se reintroduce allí donde interesa: lo que estaba atrasado era la sociedad.

No obstante, como hemos dicho, cabría discutir ambos enfoques.

Lo cierto es que a finales del siglo XIX la cultura española no estaba ni mucho menos controlada por la Iglesia. Al contrario, la cultura española de la Edad de plata fue fundamentalmente laica y secular. La mayoría de los literatos españoles del momento no eran católicos practicantes, sino laicos y seculares.

También se habla de la fuerza popular que tenía el carlismo frente a un liberalismo que se suponía débil. Y sí, el carlismo tenía bastante apoyo popular, pero ¿dónde? ¿En toda España? No. Lo cierto es que los liberales ganaron todas las guerras civiles y los carlistas las perdieron. Es más, los carlistas jamás conquistaron ninguna capital de provincia, ni siquiera en el País Vasco o Navarra.

El carlismo, como hemos dicho, sólo tenía núcleos fuertes en Navarra, en el País Vasco, en algunas zonas del País Valenciano, en el Maestrazgo, pero no más. El carlismo nunca fue más fuerte que el liberalismo decimonónico. Jamás.

Así pues, el problema es la perspectiva de la norma; es decir, ¿hay anormalidades con respecto al resto de los europeos por cuestiones de atraso? ¿O todo ha ido bien, salvo un pequeño paréntesis? La respuesta a estas preguntas es muy sencilla: los españoles no podemos ser ni normales ni anormales, sencillamente porque no hay una norma europea, y si no existe una norma no se puede ser más anormal o menos. Europa no es idílica. Si lo fuera ¿dónde dejaríamos al nazismo, al fascismo, a la Francia de Vichy, que tanto se pareció a la dictadura franquista? ¿Dónde dejamos a la Segunda Guerra Mundial?

Y si hablamos de la cuestión nacional (España débilmente nacionalizada, los nacionalismos alternativos al español tiene mucha fuerza, etc.), lo cierto es que España es uno de los escasos países europeos que no ha perdido a lo largo de los siglos XIX y XX ni un centímetro cuadrado de territorio. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de otras naciones europeas que se creen bien consolidadas, como las disputas entre Francia y Alemania por los territorios de Alsacia y Lorena, que han sido constantes a lo largo de estos años. Noruega, por su parte, se separó de Suecia; Irlanda del Reino Unido, y el nacionalismo escocés es incluso más independentista que, por ejemplo, el catalán. Es decir, la cuestión nacional no sirve para calibrar una supuesta anormalidad de España.

Así pues, los que sostienen la teoría del desastre español se preguntan “¿por qué en España no triunfó la democracia y en Europa sí?” Y ellos mismos se responden: “porque España en un país atrasado”. Pero lo cierto es que prácticamente todas las democracias europeas se hundieron durante los años 30. O se preguntan: "¿por qué triunfó el fascismo en España, como en Italia o Alemania?" Otra vez: “Porque España era un país atrasado”. Como se ve, la teoría catastrofista vale para lo bueno y para lo malo, con lo cual, lo que interesa retener es que al final esta teoría catastrofista no vale para nada, no explica nada, no sirve para nada.

Lo que debemos retener que la idea de la norma europea no sirve, porque no existe una normalidad europea y, por tanto, no puede haber una normalidad o anormalidad española. Así pues, debemos romper definitivamente con esa anquilosada idea de la normalidad europea y del atraso español. Y es que, como ya dije hace tiempo, España era, y es, un país tan extraño como cualquier otro.



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BAHAMONDE, Ángel; MARTÍNEZ, Jesús A. Historia de España. Siglo XIX Cátedra, Madrid, 2007

BERNECKER, Walter L. España entre tradición y modernidad Siglo XXI Madrid, 1999

SAZ CAMPOS, Ismael Fascismo y franquismo PUV, Valencia, 2004