viernes, 31 de octubre de 2008

Anábasis de Alejandro Magno. VI Parte

Relieve de Alejandro a lomos de Bucéfalo en la batalla de Iso


Como cada mes, aquí tenéis la sexta entrega de las aventuras del famoso caudillo macedonio. Como dije la última vez, empezamos con el tercer y último libro de la práctica.


Aprovecho el tema sobre el que versan estas entradas, Historia Antigua Universal, para daos a conocer otro blog muy interesante sobre el mismo: Las habilidades de Atenea, es muy entretenido. Habla sobre mitos e historias clásicas de forma tan amena que hace que trasciendan de lo clásico a lo actual. En él encontraréis, además, muchas curiosidades sobre algunos de los episodios más populares de nuestra Historia Universal.


Aprovecho, también, para manifestar a su administradora, Eva, toda mi admiración, amistad y apoyo. ¡Sigue así, guapa!






LIBRO III

Tras la batalla de Iso se dirigió Alejandro hacia Egipto, donde el sátrapa de la región, el persa Mazaques, al enterarse de la derrota del Rey Darío en la mencionada batalla, acogió a Alejandro amistosamente en sus ciudades.

Llegó Alejandro a la ribera del lago Mareotis, en Menfis, donde fundó la célebre ciudad de Alejandría. Así mismo, instituyó unos certámenes musicales y deportivos y rindió culto a los dioses griegos y egipcios. Arriano cuenta aquí entonces la famosa leyenda que circula en torno a la ciudad: y es que cuando quisieron marcar las fronteras de la misma, no tenían con qué hacerlo. Entonces a Alejandro se le ocurrió hacerlo con harina, pero en esto llegaron unos pájaros y la picotearon toda. Aristandro, el adivino de más confianza de cuantos disponía Alejandro, vaticinó que este hecho suponía que Alejandría sería un día el granero del mundo.

Le llegaron entonces a Alejandro noticias de que una revuelta antimacedonia en Quíos había sido sofocada.

Tiempo después, todavía en Egipto, sintió Alejandro un vivo deseo de visitar el templo de Amón, pues se consideraba descendiente suyo y de Heracles y Perseo. Cuenta Arriano que en el camino fue guiado por unos cuervos y unas serpientes, que eran una manifestación de los dioses, y que al llegar al templo de Amón, se dice que Alejandro oyó todo cuanto deseaba. Así Alejandro regresó a Menfis.

Después de recibir a las legaciones de varias ciudades griegas, Alejandro dispuso la organización administrativa de Egipto, cuyo gobierno quedó dividido entre algunos de sus hombres de confianza y no de uno sólo.

El próximo destino de Alejandro es de nuevo Fenicia. En el camino, tras apresar a numerosos de Darío, supo Alejandro que el Gran Rey se encontraba apostado a orillas del Tigris, dispuesto a impedirle el paso. Mas, a su llegada, no encontró Alejandro a su enemigo, por lo que pudo cruzarlo sin apenas problemas. No obstante, al cuarto día después de la travesía, varios espías de Alejandro le previnieron que Darío se encontraba cerca, con un ejército mucho mayor que el de la batalla de Iso. Así también Alejandro preparó, dispuso y organizó su enorme ejército para la batalla.

En plena batalla, el ejército de Alejandro se mostró tácticamente superior a los de Darío. Tanto así que éste acabó huyendo de nuevo. Alejandro, tras estabilizar la situación en el frente, volvió a perseguir al Gran Rey. En esta ocasión tampoco lo atrapó, mas se hizo con su tesoro y su carro. Las bajas de Alejandro alcanzó el centenar, mientras que las de los persas se contaron por miles (aunque las cifras siempre son discutibles). Termina así una de las más grandes batallas de la Antigüedad: la batalla de Gaugamela.

Marcho entonces Alejandro hacia Babilonia. Unos mil efectivos más, provenientes del ejército persa, se habían unido a su bando. A su llegada, los babilonios le entregaron la ciudad y le colmaron de regalos. Tocaba ahora la ciudad de Susa, con la que Alejandro tuvo la misma suerte. Alejandro distribuyó los cargos de la ciudad entre persas y Compañeros y reorganizó su ejército para marchar de nuevo contra los persas y contra Darío.