domingo, 28 de noviembre de 2010

La lágrima de plata

Por la mañana de nuestro último día en la ciudad de los rascacielos me levanté a eso de las 11. No os había contado antes que el matrimonio que nos hospeda tiene una hija, Erika. No os emocionéis, oh, público masculino de esta página, pues la chica no es una veinteañera universitaria, es una médico muy respetable que hace tiempo vive sola.

Así pues, Gus y Cohava han tenido que buscar algo con lo que llenar ese vacío: un gato. Su caso, evidentemente, no es único. Aquí en Nueva York la gente adora a los animales; gatos, perros, y los trata como a sus propios hijos. O mejor. Un vecino de nuestro edificio, de hecho, un hombre joven, saca a pasear a su perra todos los días. Bien, hasta ahí todo normal. Lo que ya no es tan normal es que el tipo la saque hasta la calle ¡en brazos! No sea que la perrita se vaya a lastimar las uñitas...

Bueno, pues Mr. Bear, así se llama el minino de nuestros amigos, no iba a ser menos. Él es el rey de la casa, y no tiene ninguna intención de compartir el trono con nadie (sea de la especie que sea). De hecho, desde que he llegado a esta casa, el gato me ha fichado como un "intruso". Todos los días clava sus felinos ojos en mi...


- ¿Quién eres tú y qué haces en MI casa? - parece estar preguntándome.

Yo mantengo mi posición, impertérrito. Eh, gato, tranquilo. No he venido a invadir tu territorio por la fuerza, yo no soy yanki.

En realidad no nos decimos ni una palabra, no hace falta. Las miradas hablan por sí solas...

En el desayuno, Gus me cuenta más o menos la vida diaria del Señor Oso (traducción literal de Mr. Bear). El gato duerme siempre con ellos, a los pies de su cama. Todos los días, a las 4 de la mañana, el gato despierta a Gus para que le dé de comer. ¡Todos los días a las 4 de la mañana! Además, el gato tiene su propio cuartito para hacer sus necesidades, campa a sus anchas por toda la casa cuando quiere y como quiere, sin rendirle cuentas a nadie... Lo tengo decidido: ¡Yo en mi próxima vida quiero ser gato en Estados Unidos!

Seis días es muy poco tiempo para tomarle el pulso a una ciudad, y más si esa ciudad es Nueva York. El caso es que ese era nuestro último día en la llamada capital del mundo y, curiosamente, no lo íbamos a pasar allí, sino en Nueva Jersey, el Estado que tiene al sur.

Así pues, nos pusimos de camino. Era un trayecto largo, así que me puse a combatir el aburrimiento haciendo experimentos con mi cámara...


Tras un buen rato haciendo otras fotos tontas que luego borraría, Gus nos puso la radio. Quiso tener un detalle con nosotros y nos puso una emisora en español... Tras casi media hora viendo a Chayanne y a Luis Miguel competir por ver quién hacía la canción más cursi, le dije a nuestro amigo que muchísimas gracias por el detalle, pero que prefería escuchar cualquier otra cosa...

Tampoco hizo falta esperar mucho más, porque enseguida llegamos a nuestro destino... Y es que Nueva Jeresey, concretamente la ciudad de Bayonne, alberga un bellísimo monumento dedicado a las víctimas del terrorismo. Se trata del To the Struggle Against World Terrosrism (literalmente "Para la Lucha contra el terrorismo mundial"), que está situado en un pequeño parque de la ciudad, a orillas del río Hudson.

Se trata de una lágrima de acero situada entre las entrañas de una torre de bronce que la sostiene. Ciertamente, es una preciosidad. Pero como una imagen vale más que mil palabras...


Si os gusta la foto, os aseguro que su visión al natural es algo espectacular.

La torre fue construida por el artista Zurab Tsereteli como regalo en nombre del pueblo ruso a los Estados Unidos. Está alineada con la famosa Estatua de la Libertad, que, de hecho, se puede ver desde allí.


Y esto no es algo casual, pues creo que así pretenden equipararla en importancia. Y yo diría que lo han conseguido.

viernes, 29 de octubre de 2010

Zero

No puedo más, lo confieso: he sido infiel.

Sí, concretamente le he sido infiel a mis Choco Krispies, y se los he puesto con el Captain Crunch, que son los cereales que he estado desayunando todos estos días en Nueva York. He cambiado mi arroz chocolateado de toda la vida, tras 21 años de fidelidad ininterrumpida, por unos simples (y deliciosos) copos de miel.

Hoy vamos a ir a ver a un viejo amigo de Gus. Al llamar al asensor nos topamos con un cartelito en la puerta que dice Sabbath Day. Los sábados son sagrados para los judíos, así que han programado el ascensor para que se pare automáticamente en TODOS los pisos, de forma que todo aquel que sea judío practicante y entre en el edificio no tenga que hacer el costosísimo trabajo que supone apretar el botoncito para llamar a ascensor, con lo que cansa eso...

Hemos quedado a las 12 con el tipo en un resturante. Y allí llegamos, puntuales. Me pido un café con leche. Me lo traen. Según he observado, en este país siempre te ponen el café hasta arriba, con lo cual, cuando le quieres poner la leche ya no te queda sitio. Por no hablar de las dotes de equilibrista que tienen que tener los camareros para lograr llevarlo hasta la mesa sin derramar ni una sola gota.

Llega el amigo. Bobby Goldman, se llama. Roberto Hombre de Oro, dice él.

- Es que aprendí un poco de español en el instituto - me cuenta, en inglés.

Y allí estamos: Gus, Bobby, mi padre y el que escribe. Toda la conversación transcurre en inglés, y, como mi padre todavía no se defiende muy bien, hago yo de intérprete. Lo que pasa es que Bobby no habla como Gus. Gus conserva ciertas raíces europeas y su inglés es bastante claro y nítido, perfectamente entendible. Pero el de Bobby Golden no, porque Bobby Golden es 100% yanki, y los yankis hablan todos como si fueran ex fumadores ansiosos mascando siete chicles de nicotina a la vez. Así que me dije: Adrián, tienes que poner en marcha todas tus neuronas. Y ello hice, las cogí a las tres y las puse a trabajar.

Lo cierto es que no tuve apenas dificultades en entender y traducir, todo hay que decirlo. Si te hablan claro y tú pones atención lo demás es bastante fácil. No voy a contaros aquí la conversación porque fue la típica charla entre amigos, así que no tiene mucho interés. Yo me pedí para comer una hamburguesa (¡¿cómo no?!). Y tengo que decir al respecto que he comido otras muchas mejores hamburguesas que esa en España, pero estaba buena. Y Bobby Goldman, un tío muy majo, la verdad.

Luego fuimos a la tristemente conocida Zona Cero (Ground Zero). Antes de venir, había pensado que cuando escribiese este artículo no lo haría de forma muy abundante, sino más bien discreta y con respeto, pues no quería hacer un espectáculo del dolor que supuso, sobre todo para los estadounidenses, el 11 de Septiembre. Pero, aunque hubiera querido escribir mucho sobre el tema, no habría podido porque lo cierto es que no se puede decir gran cosa. La zona cero hoy no es más que un montón de edificios en obras, tal y como podéis ver en la foto.




Aclaración: todo lo que escribo no sucedió el mismo día en que lo cuento, sino uno o varios días antes.

lunes, 25 de octubre de 2010

Un día en Central Park

Olvidaos de todo lo que hayáis visto, porque no se parece en nada. Central Park es un enorme bosque dentro de una ciudad aún más grande que la que os podáis imaginar. Supongo que todo el mundo habrá oído hablar alguna vez de este lugar, en alguna película o quizás en alguna serie. Quien sea forofo de Friends recordará que el bar en el que se reunían Rachel, Joey y toda la peña se llamaba Central Perk, en honor al célebre parque neoyorkino.

Nos pasamos horas caminando por allí. Puedes caminar, puedes alquilar una barca y dar paseos por el enorme lago que hay en medio del parque, el Reservoir Lake. Puedes subir al punto más alto del lugar: unas escaleras que terminan en un pequeño castillo de la primera mitad del siglo XIX. El castillo no me pareció gran cosa, pero las vistas son magníficas.

Central Park es un lugar magnífico si te apetece pasar un día relajado, si te quieres perder... tiene varias cosas curiosas, si eres observador (y si no lo eres, también) acabarás tropezándote con algunas de los cientos de ardillas que como esta pululan por ahí.


Otra cosa que me llamó la atención es que hay muchos bancos a lo largo del parque que están dedicados. Sí, con una placa en honor a alguien. Se supone que aquí tú puedes pagar una cantidad determinada a la entidad que gestiona el parque (que supongo será el Ayuntamiento de Nueva York) y perdirles que coloquen una placa en honor a quien tú quieras.

Luego también hay chavales jugando al béisbol, al baloncesto... En fin, lo normal. Pero lo que más te vas a encontrar por el parque es gente corriendo. A lo largo del día te puedes cruzar con cientos de ellos, de todo tipo. A veces van en grupo, otras veces solos.

De pronto me entró hambre. Así que le dije a Gus (nuestro amigo yanki) que quería comer algo, si fuera posible.

- Por supuesto, ¿qué quieres?

- Me gustaría comer algo que fuese típico de Nueva York.

- ¿Pizza?

- Pero la pizza es típica en todo el mundo. Yo quiero algo que sólo sea popular aquí, comida neoyorkina tradicional.

- ¿Hamburguesa?

- Pero la hamburguesa también es... Bueno, no importa.

Y es que ahí está el asunto. Los yankis no tienen una cosa que puedan llamar "cultura gastronómica estadounidense". Y apenas tienen algo a lo que puedan llamar "cultura". Si os paráis a pensar, Estados Unidos es uno de los pocos países, sino el único, que todavía no cuenta con un Ministerio o una Secretaría de Estado de Cultura. ¿No os resulta curioso?

Bueno, al final acabamos comiendo cada uno un hot-dog, que no es otra cosa que un perrito caliente, es decir, un bocata de pan blando con salchicha, ketchup y mostaza. Bueno, el tipo, en un alarde de creatividad, le puso además un poco de cebolla.

Y después de Central Park fuimos a... ¡Broadway!

Broadway, dicho friamente, no es más que una sucesión ininterrumpida de grandísimos carteles luminosos; pero es impresionante, y eso que sólo lo recorrimos en coche. Todos los lugares te incitan a entrar, a imaginar, a vivir... Te deja K.O. por un instante.


Para terminar el día, nuestros amigos nos invitaron a cenar a un restaurante chino. Es cierto eso que dicen de que la comida china es muy distinta dependiendo del país en el que estés, pues está adaptada a los gustos de las gentes de cada lugar. Así, la comida china yanki es mucho más abundante, más condimentada. Estaba riquísima. Sólo tuvo una pega: el arroz, que no sabía si comérmelo o usarlo como balón de fútbol. Aunque también podría haberlo cortado en cachitos y jugar al tetris. En realidad era un arroz con muchas ventajas, era un arroz multifunción.

Se me olvidó contaos una conversación que tuve con Gus y Cohava esa mañana en el desayuno. Hablábamos de nuevo de la sanidad, la educación, etc. ¿os acordáis de cómo Cohava me contó que aquí la educación es carísima, que si tenías tres hijos sólo podías pensar en enviar uno o ninguno a la Universidad? Le pregunté a Gus cómo era eso posible, le dije, como ya había mencionado antes, que, en España, el Estado corre con la mayoría de los gastos de la Universidad pública y que los estudiantes sólo hemos de pagar una relativamente pequeña parte (y eso si además no te conceden una beca).

Por lo que creí entender, y según la idea que yo me formé, en Estados Unidos impera el siguiente sistema: si quieres algo, cúrratelo tú mismo; si trabajas, serás recompensado, pero aquí nadie va a regalarte nada. Es decir, do it yourself, háztelo tú mismo.

Margaret Tatcher decía que los Estados de Bienestar europeos sólo crean ciudadanos vagos. Es decir, hay gente que, como sabe que el Estado le cubre las necesidades básicas (atención sanitaria, educación, subsistencia...), se dedica a vivir del cuento.

Fue así como en los años 80 dio comienzo, sobre todo en Gran Bretaña y en Estados Unidos con Reagan, la oleada de políticas neoliberales de privatización o semiprivatización de los servicios públicos del Estado de Bienestar.

Y no creo que nosotros debiéramos permitir que esto pase en España o Europa, porque es cierto que hay personas que sólo se dedican a vivir del Estado, pero también es cierto que son una ínfima minoría. Y no deberíamos dejar que la gente honrada y trabajadora pagase la culpa de unos pocos.

¿A vosotros qué os parece? ¿Qué opinais?

sábado, 23 de octubre de 2010

Lucy

Hubo alguna cosa que no comenté ayer. No os hablé de los terribles controles del aeropuerto para detectar terroristas, de los humillantes escáneres que te dejan desnudo a los ojos de unos cuantos guardias voyeurs... Pues bien, no os hablé de nada de ello porque no pasó nada de ello. Absolutamente nada. Yo me esperaba que ahora las medidas de seguridad fuesen mucho más extremas, pero lo cierto es que no han variado en nada. Igual que siempre, me hicieron pasar por el arco detector de metales, nos hicieron pasar las maletas por los típicos rayos X. Vamos, lo típico. La única salvedad quizá sería que al entrar en Estados Unidos te fichan. A mí me tocó un funcionario con apellido hispano que no hablaba ni jota de español. Me tomó las huellas dactilares de los cinco dedos de las dos manos, me hizo una foto donde salí con cara muy seria (como todos) y me preguntó cuántas veces he venido a Estados Unidos, cuándo fue la última vez que vine y cuántos días pienso quedarme. Y eso es todo.

Después, como os dije, Cohava, la mujer de Gus, nos recibió con una estupenda cena (además de la cena que nos dieron en el avión, no os olvidéis). Es lo que tiene r
obarle horas al día, que cenas dos veces. Y es que ahora mismo aquí hay 6 horas menos de diferencia con respecto a España.

Al día siguiente me levanto ¡a las 8 de la mañana! ¡Creo que es la primera vez que me levanto por voluntad propia a semejantes horas! No creo que madrugase tanto a menos que me amenazasen con, no sé, destrozar mi ordenador portatil quizás.

-¡Adrián, o te levantas ahora mismo o tiro tu ordenador por la ventana!

Entonces posiblemente me levantaría rápido... Aunque no estoy del todo seguro.

Y cómo son los desayunos aquí, señores, nada que ver. Aquí comen hasta hartarse: huevos fritos, chorizo, cruasanes, leche, cereales... Yo sólo me tomé las dos últimas cosas con un poquito de Nesquik. Esa es una de las cosas que tiene la globalización, que te encuentras de todo en todas partes... Eso sí, aquí el Nesquik no lo venden en polvo, sino en sirope. Ay, cuánto hecho de menos mi colacao...

Estuve hablando con Cohava. Me preguntó acerca de la Universidad en España, si es muy cara. Le contesté que todo depende de si se trata de una Universidad pública o privada, que la Universidad pública (a nadie se le olvide que la Universidad de Valencia es pública) es relativamente barata porque el Estado corre con la mayoría de los gastos. Ella no se lo podía creer ¿Really? decía; Yes, seriosly, contesté yo. Me contó Cohava que aquí la Universidad cuesta un dineral, miles de dólares al año. Hasta el punto de que si tienes tres hijos, probablemente sólo puedas enviar a la Universidad a uno, o ninguno.

Luego fuimos al Museo de Historia Natural de Nueva York. Es enooooooorme, y tiene todo lo que os podáis imaginar y mucho más. Vimos esqueletos de decenas de dinosaurios. Es curioso, porque la mayoría de estos bichos tenían cuerpos enormes pero cabezas muy pequeñas

Pero hubo algo que me llamó mucho más la atención de los dinosaurios: una chica de rostro angelical que estaba sentada dibujando, supongo, uno de los esqueletos del museo. Qué bonita, hubiese querido sentarme en frente y dibujarla a ella... si yo supiera dibujar, claro.

Luego, también fuimos a la planta dedicada a los orígenes del ser humano. Y ahí vimos una cosa que hará morirse de envidia a los amantes de la Prehistoria (que no es mi caso). Vimos el auténtico cuerpo de Lucy, uno de los primeros homínidos del linaje humano un Australopithecus Apharensis (o Anamensis, la verdad es que no me acuerdo)



El caso es que siempre hay una foto de Lucy en todos los manuales de Prehistoria del mundo, incluido en el de Barandiarán. Y vimos algunas cosas más, pero no os las voy a contar aquí porque se haría muy largo. Pero lo que os puedo asegurar sin lugar a dudas es que el Museo de Historia Natural es visita obligada si vienes a Nueva York.

Y estuvimos ahí 5 horas metidos, así que se nos echó la tarde encima. Y aquí anochece muy pronto y a las 8 la gente ya está cenando.

Se me olvidó deciros que esta familia vive en una comunidad con bastantes comodidades; viven en un octavo (en la foto, las vistas del patio interior desde arriba) y la comunidad incluye un gimnasio, un cuarto de juegos para niños... y un balneario que ríete tú de Marina d'Or, chaval. Así que antes de cenar fui al balneario a hacer unos largos. De eso no tengo fotos, lo siento.

Después de cenar, vimos una peli de Jhonny Depp, Public enemies, que nuestros amigos tuvieron la gentileza de ponérnosla en español, a pesar de que yo insistí en que no nos importaba verla en versión original subtitulada. No os podéis imaginar lo que es ver a Jhonny Depp haciendo de tipo duro mientras dice... ¡Vamos, ándale wey y deja de desir chingadas!

viernes, 22 de octubre de 2010

New York, New York


No tengo el reloj delante, pero creo que aquí son algo así como las 10 y pico de la mañana. Estoy en Nueva York. Sí, así es, lo juro. Haré fotos que lo demuestren. ¿Os acordáis de esos flasbacks que salen a veces en las películas y dicen "unas horas antes" o "unos días antes"? Pues nosotros vamos a ir un momento a ayer, día 21 de octubre. Concretamente a las 8 de la mañana, la hora en que me levanté.

No hizo falta ni que sonase el despertador, estoy tan nervioso que me despierto antes (y es que uno no cambia de continente todos los días, no es como ir a clase). A las 10:30 ya estamos en Manises (hace años que no pisaba este aeropuerto...) y a las 13:30 sale el avión hacia Madrid-Barajas. Es increíble lo poquísimo que tardamos en llegar ¡a penas 40 minutos! Pero a ello tienes que sumarle todo lo que se tarda en hacer el checking, el waiting y todos esos coñazos que acaban en ing. Total, que si viajas a Madrid en avión te tiras muchísimo más tiempo en el aeropuerto (horas) que en el propio vuelo. Vamos, que no compensa. Mejor cogeos el AVE (que parece que por fin lo vamos a tener ¡ya era hora! Mejor para Camps, que así se podrá apuntar él el tanto).

Llegamos a Barajas a las 14:30, con un poco de retraso, así que no da tiempo para nada, tenemos que cruzar rápidamente de punta a punta esa miniciudad que es la T4; que, por cierto, es una preciosidad de sitio. Pero, tranquilos, hay un minimetro que nos lleva de un lado a otro ¡Bien!

Llegamos a nuestra terminal. Eestaba toda llena de yankis (para quien no lo sepa, en España solemos llamar así a los estadounidenses). Me llamó la atención (¿y a quién no?) una mujer de proporciones más que exorbitantes que llevaba una camiseta que decía I love Obama. Ella lo dejaba bien claro, por si a alguien le cabía alguna duda.

Subimos al avión. Son las 5 de la tarde y nos esperan 8 horas y media de vuelo. Mi padre ha reservado los asientos en el medio, junto al pasillo, para poder entrar y salir sin molestar a nadie. Una decisión muy sabia.

Así que aquí estamos, sentados. A nuestro lado tenemos a un chico y una chica, españoles, valencianos para más señas. Me gustó. Qué bien, así me siento como en casa, pensé. Creí que eran pareja (hoy en día te puedes encontrar de todo, así que no me pareció extraño dada la juventud de ambos). Pero no, luego descubro que son padre e hija. Ella rondaría los veinti y pico y él lo cierto es que no parecía mucho más mayor, no sé qué edad tendría. De todas formas eso no importa, porque no hablamos nada en todo el viaje.

A todo esto, volamos con Iberia, por si no lo había dicho antes, (que los yankis, por cierto, llaman Aibiria). Antes de despegar, las azafatas se convierten momentáneamente en mimos y nos explican, con cara de estar un poco hartas de haberlo hecho tantísimas veces, las normas de seguridad. Y nos piden que nos leamos el folleto ese que nunca nadie se lee sobre las normas de seguridad complementarias ¿Alguna vez alguien se lo ha leído?

El avión se coloca en cola para el despegue. Yo me preparo, siempre me ha gustado ese momento en que el avión se separa de la tierra y tú dejas de sentir el suelo. El avión avanza tranquilo, va tomando su posición. Se para. Espera a que la torre de control le dé permiso para despegar. La torre hace lo propio. De pronto el piloto es poseído por el espíritu de Fernando Alonso y comienza a acelerar. Acelera, va tan rápido que la inercia te echa para atrás.......... El avión despega.

8 horas por delante. Por suerte voy equipado con libros, mp3 y toda la pesca. De hecho, me saco mi libro de Gabriele Ranzato, El pasado de bronce, la Guerra Civil y su influencia en la España democrática que me tengo que leer para Tendencias Historiográficas Actuales de Contemporánea y las dos o tres horas siguientes se me pasan volando (nunca mejor dicho) hasta que nos dan de cenar.

No es cierta la leyenda esa de que se come mal en los aviones, yo al menos comí bastante bien. El pequeño pero no por ello menos sabroso menú consiste en unos tortellinni con queso y tomate, una pequeña ensalada, pan, lo que quieras para beber (en mi caso un zumo de naranja) y una tarta de queso y frambuesa.

Luego nos ofrecieron prensa gratuita, escogí mi periódico, pero no pude hacer mucho más, apenas empecé a leer me quedé frito ¡Y me desperté sólo una horita antes de llegar! Justo a tiempo para que nos dieran lo que los pijos llaman un refrigerio, que no es otra cosa que algo frío para beber antes de llegar a nuestro destino.

Llegamos a las 20:00 hora neoyorkina, 2:00 am hora española (1:00 en Canarias). Allí nos esperaba nuestro amigo, Gus (de Gustav, Gustavo para los amigos), que es una bellísima persona a quien yo no veía desde hace 10 años. Adoro a ese hombre, de no ser por él y su mujer quizá no vendría a un país como Estados Unidos.

Gus nos lleva hasta su casa a través de Queens y Manhattan. Es una pasada verlo de noche, todo iluminado, es inmenso, es indescriptible. Llegamos a casa de Gus. Su mujer, Cohava, que es maravillosa, nos abre la puerta y yo me lanzo a darle un enorme abrazo. Hacía 10 años que no la veía.

Nos tienen una cena preparada, no me lo esperaba. Todo muy abundante, muy al estilo yanki. Cuando no tengo que decir nada o hacer de intérprete para mi padre me dedico a curiosear un momento las etiquetas de los productos.

Después de cenar salgo un momento a su terraza. Desde ahí puedo ver, no muy lejos, el famoso Empire State Building, todo iluminado rodeado por el resto de rascacielos de Manhattan.


Es difícil decir qué se siente, es algo muy diferente a cualquier ciudad española, o incluso europea. No sé decir qué sentí, pero fue precioso.

Nos fuimos a dormir prontísimo. a eso de las 11. Y mañana os cuento más, lo prometo, porque mi padre me está llamando desesperado.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Vuelvo (¡para quedarme!) tras unas largas vacaciones...

Empieza el nuevo curso y, después de 6 meses sin pisar por aquí (sí, me tomo las vacaciones con mucha calma...) volveremos en unos días con energías renovadas ¡y más después de ver con gran sorpresa que tengo una seguidora nueva que no conozco! Así que no os preocupéis, chavales, que el siguiente articulito de Pensamientos en la Red ya está cocinado y a punto. ¡Dentro de nada os lo sirvo en bandeja!

Un beso

sábado, 27 de febrero de 2010

Esto me suena de algo...


Como siempre, hago las críticas a destiempo. Pero las hago, que es lo importante.

Hace ya unas semanitas fui a ver la muy comentada Avatar y en el momento de escribir estas líneas todavía no tengo una opinión de la película, de modo que lo que salga a partir de aquí será una sorpresa hasta para mi.

De Avatar se pueden decir (y se han dicho) muchas cosas. Un listo con ganas de sacar tajada la ha acusado hasta de plagio; no con mucho fundamento, creo yo.

Dejando de lado ese asunto, la película podría verse como una crítica a la política exterior del anterior gobierno estadounidense. De cómo las potencias hegemónicas ejercen su dominación sobre otros Estados más débiles con el objetivo de aprovecharse de sus recursos. De hecho, yo mismo la percibí así en un principio. Pero la idea me desapareció de la cabeza en cuanto supe que el productor del filme es Rubert Murdoch, propietario de News Corp, el conglomerado de empresas de telecomunicaciones más grande del mundo, y un manifiesto conservador, con todas las connotaciones que esa palabra tiene en un país como Estados Unidos. Será que Murdoch anda jugando al despiste...

Podría decirse también que a una película de ciencia-ficción como es Avatar se le podría haber sacado mucho más jugo, que se podría haber hecho algo mucho mejor. Pero Avatar está destinada a un público masivo, está hecha por (y para) un país cuyas gentes se creen el ombligo del mundo y, por lo tanto, no están acostumbrados a pensar demasiado y sí a dejar que otros lo hagan por ellos. Sabiendo esto no sorprende tanto que haya peña tan gilipollas como esta.

Así las cosas, y viendo los más de 1.400 millones de dólares que ha generado la película, no es de extrañar que Murdoch esté presionando a James Cameron para que pise el acelerador y haga la segunda parte.

Avatar nos sitúa en un futuro remoto y cuenta la historia de un ex marine de los Estados Unidos que es reclutado para viajar a un extraño planeta llamado Pandora. Allí, los científicos están extrayendo un preciado mineral que se supone solucionará la crisis energética que en esos momentos vive la tierra. La misión de Sully, así se llama el soldadito, es infiltrarse entre los na'vi, los nativos de Pandora, para después conquistarlos y hacerse con sus preciados recursos. Pero al Sully este de repente le entra conciencia (conciencia que no tenía cuando aceptó su misión) y se enamora de una preciosa pandoreña, Neytiri. Es entonces cuando los remordimientos le machacan y decide ponerse de parte de los na'vi y, juntos, expulsarán a invasores humanos del lugar.

Es una película preciosa, con unos paisajes idílicos. Es todo tan bonito que podrían haberlo hecho los de Disney.

Ah, no, espera, ¡si ya lo hicieron! Se llama Pocahontas. No, no, perdón, no lo hizo Disney, lo hizo Kevin Costner y se llama Bailando con lobos... Y así podría seguir hasta llenar líneas y más líneas, así que lo resumiré: Avatar no es más que muchas películas y a la vez todas la misma. Es una película del oeste. Cambiad a los na'vis por unos apaches y al marine Sully por uno de los vaqueros del siglo XIX (o ingleses del XVII) que pretende conquistarlos, sólo que, por el camino, se enamora. Y así termina Pocahontas. Perdón, quería decir Avatar.

Eso sí, lo que no se le puede negar a la película es que tiene algo que no poseen ninguna de las mencionadas antes: ¡unos efectos especiales alucinantes! De hecho, creo que, si se lleva un Oscar, será ese, el de los mejores efectos especiales. Que, además, se ven amplificados cuando ves la película en 3D. ¡Si parece que vayas a salir volando con los de la peli! ¡Parece que vayas a luchar con ellos! ¡Parece que estés entre ellos!

Sintéticamente: Avatar no plantea nada nuevo, es más de lo mismo. Sólo que con unos personajes y un contexto distintos a los vistos hasta ahora. Y, como ya he dicho antes, tiene unos efectos especiales increíbles. Dicho de otra manera: se puede ver para pasar el rato, pero no esperéis nada más que eso.

Le comenté a un amigo mi impresión sobre la película, le dije que me parecía muy falta de originalidad, y él arguyó que no se le podía achacar algo así por la sencilla razón de que ya no se pueden hacer películas cuyos argumentos no se repitan unos a otros. Habrá algunos otros que lo vean así. No es mi caso. Yo creo que todavía quedan tantas películas originales por hacer como libros originales quedan por escribir.

lunes, 11 de enero de 2010

Historias e historietas

Muchos de mis amigos (amigos y amigas, se entiende) me ponen siempre caras muy raras cuando les hablo de mi carrera. “Menudo coñazo” o “Yo no soportaba la Historia, siempre me dormía en esa clase” suelen ser las respuestas más comunes. Yo antes me quedaba atónito ante tales sentencias, y no fue hasta que comencé la carrera cuando pude hallar una explicación razonable.

Actualmente en el instituto, (tanto en la ESO como en Bachillerato) se concibe la enseñanza de la Historia como la memorización sistemática de datos y fechas, sin explicación ni lógica aparentes. El problema de este sistema es que sus resultados se olvidan tan rápidamente como se adquieren. De poco sirve saberse al dedillo toda la cronología de la Guerra Civil si no se saben explicar, y comprender, las causas que la provocaron.

Esto era sólo un ejemplo, quizá muy sintético, para explicar que, en mi opinión las causas priman sobre los hechos. No se puede entender a ninguna civilización de cualquier momento de la Historia si no se comprenden antes las estructuras mentales que la gobernaban; es decir, cómo pensaban sus gentes, por qué actuaban de una manera y no de otra.

Lo que quiero decir es que los “qué” no sirven de nada si no nos cuentan también los porqués. Esto es algo que, a mi parecer, los docentes de instituto tienen un poco olvidado. Quiero creer que será porque cada profesor ha de ajustarse al temario y a las horas de clase que le imponen los de arriba, los gobiernos, las consejerías de educación y todos esos, ya se sabe. Pero también es verdad que hay profesores que lo único que hacen es sentarse, mandar subrayar a sus alumnos en el libro lo más importante de la lección del día y luego largarse y cobrar a fin de mes. Y eso no es ser profesor.

Hablo con conocimiento de causa: en el instituto yo tuve profesores así. También los tuve buenos, sino probablemente no estaría hoy estudiando Historia. Con esto quiero decir que, evidentemente, siempre hay excepciones.

No son pocas las personalidades que han alzado su voz para alarmar sobre esta cuestión. Ya Pérez-Reverte trató esa cuestión en un artículo, de muy recomendable lectura, dicho sea de paso, y que se titula Permitidme tutearos, imbéciles*[1]. El artículo en cuestión se puede encontrar fácilmente en Internet. Sólo con ver el título, el resto ya promete ¿verdad?

Decía yo al principio que no fue hasta la llegada a la Universidad cuando pude descubrir por qué a mis amigos les aburría tanto la Historia. La respuesta es bien simple: ¡porque no veían nada de lo que se les enseñaba! Lo único que veían era a sus profesores escribiendo fechas en la pizarra o recitando el libro de Historia como discos rayados.

Cuando en clase se habla a los alumnos del Imperio Romano, por ejemplo, de la forma de vivir de sus ciudadanos, de sus casas, sus domus, las cenacula o, para los más adinerados, las villas, sería deseable, y hasta debería ser obligatorio, llevarles a ver las excavaciones de Pompeya y Herculano. Bueno, o a la villa romana de Rótova, que a nosotros nos pilla un poco más cerca.

Esa es la grandeza de la Arqueología: que sólo gracias a ella podemos ver, en el sentido más literal de la palabra, cómo vivían nuestros antepasados, cómo se organizaban, qué comían, cómo se divertían. Sólo así es como la enseñanza de la Historia tiene sentido. Así es como debería enseñarse.

Hay que ofrecer a los estudiantes la posibilidad de ver con sus propios ojos lo que se le enseña en clase, y para eso la Arqueología es un gran aliado. Un profesor no puede distanciarse de su asignatura. No deben enseñar la Historia desde fuera, como algo mecánico, lejano, algo que pasó hace muchos años, que ya no importa, porque si lo hace, los alumnos harán lo mismo. Consecuencia: las clases se convertirán en un coñazo y los alumnos odiarán a sus profesores.

Los docentes deben hacer ver a sus alumnos que el mundo del que se les habla no está tan alejado del nuestro como ellos creen. Que, de una u otra forma, todo lo que tenemos hoy, nuestra forma de vida, nuestras costumbres, es en gran medida heredado de los de entonces. Deberían contarles que muchos aspectos no hemos cambiado tanto. En Roma, a mediados del siglo IV, a pesar del millón y pico de habitantes que la poblaban, sólo contaba con unas 1780 casas privadas. El resto de la gente vivía en apartamentos de alquiler, las cenaculae, construidas en bloques de pisos llamados insulae. Algunos de estos insulae llegaron a tener una altura de 6 ó 7 pisos. Por fuera, estos bloques de viviendas ofrecían un aspecto magnífico, bloques de 300 ó 400 metros cuadrados construidos en varios pisos de altura. No obstante, estaban construidos con materiales baratos y de mala calidad por lo que era normal que estuvieran en constante amenaza de hundimiento o incendios. ¡Vaya, parece que el problema para encontrar una vivienda digna no es algo exclusivo de hoy en día! ¡Y encima vivían de alquiler, como la gran mayoría de los españolitos de a pie!

O también podrían contarles, por ejemplo, que Calígula desposeyó de sus privilegios a varios cónsules durante tres días por haberse olvidado del día de su cumpleaños.[2]

En fin, lo que quiero decir en definitiva es que los profesores deberían de encontrar el modo de hacer la clase no más entretenida, sino también más divertida. Así los alumnos se enamorarían de la asignatura, querrían saber más. Entonces es cuando el profesor ejercería verdaderamente como tal.



[1] Este artículo se puede encontrar en la página web del autor: wwww.capitanalatriste.com así como en su libro Cuando éramos honrados mercenarios, págs. 367-69. Alfaguara, Madrid 2009. Actualmente en las librerías, esta obra recoge una selección de artículos de Arturo Pérez-Reverte publicados entre 2005 y 2009 en su columna semanal Patente de corso.

[2] Para el público profano que desee conocer más a fondo los entresijos de la sociedad romana de época imperial, le recomiendo la serie de libros de Marco Didio Falco, detective (o “informante”, como se les llamaba entonces) y protagonista de una saga de novelas creada por la escritora británica Lindsay Davis y centrada en la Roma del emperador Vespasiano.

domingo, 3 de enero de 2010

Decálogo para el nuevo año


¡¡¡FELIZ AÑO A TODOS!!!

No he publicado nada desde noviembre, y eso es algo que no me puedo perdonar. Es una lástima, porque siempre se me ocurren cosas sobre las que escribir, cosas que contar, algo que decir... En mi cabeza me salen textos bien hilvanados, alegatos geniales... Cuando estoy en la cama por las noches, "chupando techo", como se suele decir, me vienen a la cabeza tantas cosas sobre las que puedo hablar... Pero, simplemente, a la hora de trasladar las ideas al ordenador y darles forma, a veces se me van las ganas. No sé por qué.

Envidio a esos blogueros que logran mantenerse escribiendo un artículo al día, que los hay, y muy buenos; o a los (grandes) periodistas con miles y miles de lectores que son capaces de escribir no sé cuántas columnas de opinión semanales. Todos ellos capaces de crear textos de la nada con tan aparente y asombrosa facilidad. Yo no sé si sería capaz de hacerlo o no, desde luego por falta de ideas no será, pero la mitad de las veces que lo intento la pereza termina por vencerme.

Escribo estas líneas mientras escucho a Lisa Ekdahl y su Give me that slow knowing smile. Magnífica.

Por todo esto que acabo de contaros, he decidido hacer mi propia lista de propósitos para el nuevo año.

Ahí van:

1- Escribir con más regularidad. Había pensado en un artículo a la semana, pero quizás eso sea exigirme demasiado... En definitiva escribir, tanto si lo publico como sino. Escribir, escribir, escribir. Escribir y pensar. Imaginar y escribir. Inventar y escribir. Escribir sin parar.

2- Cuidar a mis amigos y a mi gente, que son lo mejor que tengo.

3- Seguir leyendo tanto como siempre, ¡O más!

4- Estudiar más, como mínimo una horita y pico al día. Dicen que dos horitas es lo ideal, así que yo casi llego.

5- Dejar de seguir viendo el Telediario de Antena 3 del mediodía sólo porque antes vayan Los Simpson.

6- Pasar a cuarto de carrera sin la Puñetera Prehistoria a cuestas. Al menos ya me he librado de Teresa Orozco. Por lo menos eso es un paso.

7- No ser tan asquerosamente vago e ir al gimnasio cuatro veces a la semana, que para eso lo pago.

8- Que los "ya voy" que le contesto a mi padre cada vez que me pide algo se conviertan en acciones prontas y reales. No esperar a que me digan lo que tengo que hacer. (Aquí seguro que mi padre se está partiendo la caja mientras lo lee).

9- Pasar menos horas en el messenger y dejar de perder el tiempo poniendo a parir a ¡tOdA lA pEñA Ke EsKriBe Asi! Este propósito lo podríamos ampliar a todos los que, además, les meten unas patadas increíbles al Diccionario de la RAE y también a los que escriben frases superingeniosasosea sin tener ni puta idea de lo que quieren decir en realidad. O, ya puestos, a todos los que hacen esas tres cosas a la vez, que los hay y muchos.

10- Que, esta vez sí, los propósitos no se queden sólo en propósitos.


Notas: El orden de los propósitos es aleatorio, no tiene nada que ver con su importancia. Los propósitos cuarto y octavo tienen un corolario común: No dejarlo todo para el último momento, como hago (casi) siempre...

Sí, ya sé que me quedan muchos propósitos por cumplir, pero hay que dejar alguno, que sino no me quedarán para el año que viene...

La cuestión es: ¿lo conseguiré? ¿no lo conseguiré? Se admiten apuestas...

Y, ya que estamos, ¡Feliz 2027 para todos también!