domingo, 24 de mayo de 2009

Un país tan extraño como cualquier otro

Como sabéis, yo estudio Historia, y hace unos días me mandaron hacer una práctica, un comentario crítico sobre unos textos que me dieron a leer. Me ha gustado cómo me ha quedado y he decidido colgarla aquí. Aviso: es larga. A ver si alguien se la lee entera y comenta... aunque lo dudo jajaja.

La cuestión del sentimiento nacional español está hoy en plena actualidad. Pero es que lo ha estado siempre. De hecho ya lleva más de dos siglos de discusión y largos ríos de tinta han corrido sobre el tema durante décadas. Hay opiniones para todos los gustos. Resulta curioso ver cómo en los artículos que he leído para esta práctica, se identifica la supuesta debilidad de la identidad nacional española, corriente imperante en la historiografía de finales de los siglos XIX y XX, con la crisis política que vivió España en aquél momento y cuyo punto álgido fue el llamado Desastre del 98. Y digo que resulta curioso porque justamente hoy, que estamos inmersos en una crisis acuciante, también los políticos se empeñan en proclamar a voz en grito que España se rompe. Se está produciendo una “balcanización de España”, decía, no hace mucho tiempo, quien un día fuera, desafortunadamente, presidente del gobierno español y cuyo nombre no quiero recordar. En fin, sólo quería mencionar este curioso paralelismo. Huelga decir que llevamos cinco años de gobierno socialista (que no de izquierdas) y España no se ha roto.

Lo cierto es que la humillación sufrida por España tras el Desastre del 98 provocó la necesidad del país de autoafirmarse como una gran Nación. España ansiaba dejar de ser vista como un imperio con muletas, deseaba recuperar la gloria de antaño y, tras la pérdida de las últimas colonias españolas de ultramar, necesitaba volver a ganar peso en la escena internacional.

En estas circunstancias comenzaba lo que se ha dado en llamar el movimiento regeneracionista, una corriente que, desde distintos ámbitos, como el político, el literario o el artístico, trataba de redefinir el concepto de España y sacar al país del caos en el que se hallaba sumido. Se trataba, simplemente, de una forma más de redefinir un Estado-Nación, pues no olvidemos que todos los Estados actuales comenzaron a forjarse, tal y como son hoy, a comienzos del siglo XIX. Y es que conviene recalcar, porque a veces se deja de lado, que el caso español no es único; contamos también con el paradigmático ejemplo de Gran Bretaña y sus cuatro nacionalidades: galesa, irlandesa, escocesa e inglesa. Un asunto que sigue vigente hoy en día. O también con Italia, cuya unificación no fue efectiva hasta 1861 con la coronación de Víctor Manuel II como Rey de todo el país. Lamento no poder extenderme más al respecto de estos casos, pero mis conocimientos sobre ellos no son muy profundos; además, aquí debemos centrarnos en el caso español, que es el que nos ocupa.

Fue el propio gobierno quien, desde arriba, se arrogó el deber de llevar a cabo la tarea de regenerar el país. Para llevar a cabo el resurgimiento de España, para recuperar la gloria perdida, el regeneracionismo del que hablábamos antes, la clase política de finales del XIX y comienzos del XX difundió un discurso de exaltación de la grandeza de la patria.

Se consideraba que el pueblo, que había estado manejado durante siglos por la Iglesia y la temida Inquisición, era ignorante, inculto, y por tanto dócil. Era cierto: la conciencia de los españoles, su pensamiento, ha estado constreñido durante cientos de años por la religión; han estado siempre obligados a aceptar, sin cuestionarlos, los dogmas impuestos por la fe católica. Totalmente atemorizados, pues les hacían creer que si se salíamos de la senda marcada sufrirían terribles torturas, o peor, arderían eternamente en las llamas del Infierno. Después de tanto tiempo con semejante panorama, es lógico pensar que ése pueblo, imbuido de unas ideas que recitaban sin cesar unos señores vestidos de negro desde lo alto de su púlpito, sea ignorante y fácilmente manejable.

A mi parecer, ése fue el error del Gobierno: el hecho de pretender lograr una solución “desde arriba”, sin contar con los ciudadanos. El hecho de pensar que los ciudadanos eran una masa sin opinión, ni voz, ni voto, que aceptaba con sumisa obediencia todo lo que se le dijera. Quiero decir que creo que, al contrario que en el caso francés, aquí ha faltado implicar al pueblo para que llevase a cabo una revolución que derribase mucho antes la, ya de por sí, débil estructura del Antiguo Régimen. Aquí han faltado una revolución, como la francesa, que llevase implícito el sentimiento de una Nación española, y una burguesía capaz de dirigir dicha revolución. Dice una amiga mía, un poco radical, que aquí a faltado “cortar cabezas, como en la Revolución Francesa”. Yo no soy tan radical en mis planteamientos; aunque, seguramente, de haber empezado mucho antes con la separación entre Iglesia-Estado, España hoy sería un país muchísimo más avanzado.

Pero, como digo, la realidad fue otra: la realidad fue que el progresivo endeudamiento del Estado tras la crisis del 98 provocó la pérdida de interés y de confianza de los ciudadanos en las instituciones políticas, las mismas que se autoproclamaron encargadas de reforzar el sentimiento nacional.

Además, la existencia de una región, Cataluña, más avanzada que las del resto de España, propició el surgimiento de propuestas nacionales alternativas. Se enciende la mecha. Los catalanistas criticaban que, si el peso económico de Cataluña era mayor, no era justo que tuviesen tan poca presencia en la política nacional. Se consideraban autorizados para criticar la crisis del 98, ya que ellos eran los menos responsables de ella. Así las cosas, fueron la desastrosa política de los partidos dinásticos y el Desastre del 98 los motivos que propiciaron la aparición de la Lliga Regionalista de Cambó, principio del nacionalismo catalán. De este modo, los catalanistas terminaron uniéndose y se presentaron a las elecciones planteando acabar con el caciquismo.

Cataluña ha sido siempre, sino la mayor, una de las regiones más desarrollada del país. Fue la primera en industrializarse e incluso hoy en día, Barcelona es la ciudad puntera en España en cuanto a ciencia e investigación. Siempre ha sido Cataluña la que ha tirado del carro de España. No en vano es hoy la región que más contribuye al PIB nacional.

Pero, volviendo a la época del regeneracionismo, tras el Desastre del 98 llega la maduración de los nacionalismos periféricos catalán y vasco. La diferencia entre sendos movimientos reside en que en el nacionalismo catalán no existe una figura carismática como lo es Sabino Arana en el País Vasco, ni hay un partido que sea origen de todo como el PNV en Euskadi; es decir, en el nacionalismo catalán no existe un cuerpo doctrinal. Y además, el catalanismo no es etnicista, y el nacionalismo vasco sí. Si se me permite, quisiera citar un extracto del Manifiesto del Partido Nacionalista Vasco que creó que ilustra perfectamente lo que quiero decir:

“Al pueblo vasco

Amenazada de muerte la nacionalidad vasca por el peligro de muerte que corre la raza, a punto de desaparecer su idioma y adulterados su espíritu y su tradición, el nacionalismo vasco aspira a purificar y vigorizar la raza, a depurar y difundir el euzkera hasta conseguir que sea la única lengua de Euskadi y a purificar el espíritu y esclarecer la tradición del pueblo vasco, encaminándose su trabajo en cuanto a tal fin”.*

También, si se quiere un ejemplo bastante más reciente, basta con recordar la famosa frase pronunciada por el ex-lehendakari Ibarretxe tras haber perdido las últimas elecciones vascas: “somos el líder natural”, decía.

Cataluña plantea que España tiene que cambiar. Así, surgen Cataluña partidos modernos y con amplio apoyo social, lo cual les permite hacer nuevas políticas. Ésta es la razón por la que, al contrario que la Unión Nacional de Joaquín Costa, los partidos catalanistas no fracasan: porque son capaces de plantear, siempre desde diferentes ópticas, nuevas soluciones con la voluntad de llevarlas a cabo. Por ejemplo, tras la crisis del 98, habrá quienes consideren que España necesita más centralización y los habrá que sostengan totalmente lo contrario: que lo que España necesita es más descentralización administrativa. Como se puede ver, el actual Estado de las Autonomías no es una idea nueva ni reciente; es más, ya el general Polavieja propuso en su día que se reconstruyeran las regiones históricas como diputaciones únicas y también planteó la posibilidad de que Madrid estableciera con Cataluña unos conciertos económicos, un sistema fiscal que, por cierto, ya estaba vigente en el País Vasco y Navarra.

Evidentemente, la política catalana creó fricciones con Madrid, que no aceptaba el desarrollo de políticas propias y, sobre todo, el resurgimiento del catalán, lo que era percibido por Madrid como un peligro para la supervivencia del castellano en Cataluña. Es significativo ver cómo los partidos dinásticos, especialmente el Conservador, van perdiendo influencia en Cataluña hasta quedar extinguidos por completo.

Ese fue otro de los errores de Madrid: negarse a reconocer una realidad como era la pluralidad política, cultural y, por supuesto, lingüística en Cataluña, puesto que se pensaba que tal cosa podría suponer un peligro para la unidad del Estado-Nación que se estaba tratando de reconstruir.

Ante esa empresa de reconstruir España, la clase política de Madrid optó por una interpretación de la Historia de España plagada de héroes nacionales y próceres de la patria con el Cid a la cabeza. Una Historia hecha para que sirviera a los intereses de la política del momento y, cómo no, de la Iglesia. Una Historia de la Reconquista que ensalzaba los valores cristianos frente al intruso musulmán, que rescataba los territorios perdidos de manos de los musulmanes para la fe católica. Ya desde ese momento, y siempre desde esta visión del siglo XX, comenzó a gestarse España, una España que ahora peligraba. Luego tenemos a don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, que recuperó la Taifa de Zaragoza para el Rey Alfonso de manos de al-Muqtadir. Pero la gran verdad es que la famosa Reconquista no fue tal: el término “Reconquista” es puramente ideológico. El objetivo de Jaime I, de Pelayo y de todos sus coetáneos no es ganar tierras a al-Ándalus, sino expandir sus propias tierras, controlarlas mejor. ¿Cómo podemos hablar de Reconquista, si los propios cristianos se peleaban entre ellos? ¿Cómo podemos hablar de Reconquista, si de hecho el propio Rey Alfonso VI fue acogido por al-Mamún, Rey de la Taifa de Toledo? No, no hubo Reconquista; no hubo recuperación de territorios para la fe católica, ni mucho menos existió una idea de recuperación de “Hispania” o algo parecido, no. El objetivo es, simplemente, expandir sus tierras, controlar más territorio. De hecho a los cristianos les daba igual tener allí enfrente a los árabes, les daba igual mientras éstos pudieran seguir pagándoles las parias que se les exigían. Y en cuanto al Cid, valeroso caballero, sí; pero no un prócer del patria. Rodrigo Díaz de Vivar era un mercenario, es decir, trabajaba para el mejor postor; ya fuera éste el cristiano Rey de Castilla o el de la musulmana taifa de Zaragoza. Y esto no es ni bueno ni malo; es lo que es, y punto.

Otra manera que utilizaron los políticos para mantener la unidad de la maltrecha patria fue la de la lengua. Los políticos y las élites castellanas trataron de expandir la lengua y la cultura castellanas por todo el país, aunque sólo lo consiguieron parcialmente, pero ésa es una cuestión que será abordada más adelante. Un país, una cultura, una lengua, pensaron. España tiene multitud de culturas, tradiciones, lenguas, costumbres, gentes… Y eso es lo que hace verdaderamente rico a un país: la variedad, lo distinto.

He leído unas cuantas veces en el texto la palabra subordinación: subordinación de la lengua española a la catalana o a la vasca ¿por qué? ¿por qué no, mejor, yuxtaposición? o ¿complementariedad? o ¿igualdad?

El hecho de que el Estado español haya tratado de imponer a golpe de decreto y durante siglos el idioma castellano en detrimento de las demás lenguas del país es una aberración y una vergüenza, desde luego. Supone sencillamente ignorar que existen otras culturas lingüísticas diferentes a la castellana, pero no por ello han de ser mejores o peores. Pero ahora, como si se tratara del perro que se revuelve contra el dueño que le maltrataba, vascos y catalanes hacen exactamente lo mismo con el español. Me duele ver cómo ahora en Cataluña y en Euskadi se está haciendo una política que no dista mucho de la que se hacía antaño con el castellano. El hecho de que en las universidades catalanas o vascas un extremeño, por ejemplo, no pueda ir a estudiar porque la mayoría de las clases son sólo en catalán o en esuskera es una aberración, significa una de las peores formas de exclusión que se pueden imaginar. Obligar a una persona a hablar una lengua que no siente suya, sea cual sea la lengua y sea quien sea la persona, es una absoluta injusticia.

Los políticos, desde todos los lados e ideologías, se han dedicado a hacer de las lenguas un arma arrojadiza. De las lenguas, las banderas, las camisetas de las selecciones autonómicas de fútbol… Una vergüenza. Conviene recordar que la identidad nacional, no es sólo política. No la hace el Estado, ni las instituciones políticas, la hace el pueblo, los ciudadanos, las personas, la gente. Son ellos quienes, a través del tiempo, van conformando las señas que constituyen la identidad nacional.

Los idiomas son lo más intrínseco de nuestra formación y nuestra personalidad, son la lengua en la que nos hablan nuestros padres, en la que nos hemos criado.

El Estado-Nación, eso que llamamos España, todavía no es una realidad, y no lo será hasta que la sociedad, y los políticos reticentes, acepten que este país, afortunadamente, tiene una heterogénea, rica y muy variada historia cultural y lingüística que debemos cuidar y proteger para que perdure por muchas generaciones.

Es cierto que quizás, hoy en día, cuando alguien dice que se siente español lo toman por un “facha”, pero no tiene en absoluto por qué ser así. Lo que sucede es que, dado que este país a estado gobernado durante décadas por el conservadurismo político, (Cánovas, Maura, Primo de Rivera, Franco… la lista sería casi interminable) la derecha ha acabado arrogándose el derecho de ser la imagen de España. Pero ¿y los que somos de izquierdas? ¿y los republicanos? ¿no somos españoles?

Así mismo, no dejo de ver con preocupación cómo caminamos cada día, inexorablemente, a un bipartidismo político. ¡NO! Ambos grupos tendrán que aceptar que haya personas, colectivos o grupos que piensan diferente, que entienda el país, y el mundo, de una forma distinta; y que abogan por un Estado más justo, más abierto, más plural, donde todos nos sintamos representados. Igual que no podemos dejar que haya un único partido que se adueñe del derecho de ser la representación de la izquierda en este país.

*Manifiesto del Partido Nacionalista Vasco. Aberri, 15 de diciembre de 1906.