viernes, 29 de octubre de 2010

Zero

No puedo más, lo confieso: he sido infiel.

Sí, concretamente le he sido infiel a mis Choco Krispies, y se los he puesto con el Captain Crunch, que son los cereales que he estado desayunando todos estos días en Nueva York. He cambiado mi arroz chocolateado de toda la vida, tras 21 años de fidelidad ininterrumpida, por unos simples (y deliciosos) copos de miel.

Hoy vamos a ir a ver a un viejo amigo de Gus. Al llamar al asensor nos topamos con un cartelito en la puerta que dice Sabbath Day. Los sábados son sagrados para los judíos, así que han programado el ascensor para que se pare automáticamente en TODOS los pisos, de forma que todo aquel que sea judío practicante y entre en el edificio no tenga que hacer el costosísimo trabajo que supone apretar el botoncito para llamar a ascensor, con lo que cansa eso...

Hemos quedado a las 12 con el tipo en un resturante. Y allí llegamos, puntuales. Me pido un café con leche. Me lo traen. Según he observado, en este país siempre te ponen el café hasta arriba, con lo cual, cuando le quieres poner la leche ya no te queda sitio. Por no hablar de las dotes de equilibrista que tienen que tener los camareros para lograr llevarlo hasta la mesa sin derramar ni una sola gota.

Llega el amigo. Bobby Goldman, se llama. Roberto Hombre de Oro, dice él.

- Es que aprendí un poco de español en el instituto - me cuenta, en inglés.

Y allí estamos: Gus, Bobby, mi padre y el que escribe. Toda la conversación transcurre en inglés, y, como mi padre todavía no se defiende muy bien, hago yo de intérprete. Lo que pasa es que Bobby no habla como Gus. Gus conserva ciertas raíces europeas y su inglés es bastante claro y nítido, perfectamente entendible. Pero el de Bobby Golden no, porque Bobby Golden es 100% yanki, y los yankis hablan todos como si fueran ex fumadores ansiosos mascando siete chicles de nicotina a la vez. Así que me dije: Adrián, tienes que poner en marcha todas tus neuronas. Y ello hice, las cogí a las tres y las puse a trabajar.

Lo cierto es que no tuve apenas dificultades en entender y traducir, todo hay que decirlo. Si te hablan claro y tú pones atención lo demás es bastante fácil. No voy a contaros aquí la conversación porque fue la típica charla entre amigos, así que no tiene mucho interés. Yo me pedí para comer una hamburguesa (¡¿cómo no?!). Y tengo que decir al respecto que he comido otras muchas mejores hamburguesas que esa en España, pero estaba buena. Y Bobby Goldman, un tío muy majo, la verdad.

Luego fuimos a la tristemente conocida Zona Cero (Ground Zero). Antes de venir, había pensado que cuando escribiese este artículo no lo haría de forma muy abundante, sino más bien discreta y con respeto, pues no quería hacer un espectáculo del dolor que supuso, sobre todo para los estadounidenses, el 11 de Septiembre. Pero, aunque hubiera querido escribir mucho sobre el tema, no habría podido porque lo cierto es que no se puede decir gran cosa. La zona cero hoy no es más que un montón de edificios en obras, tal y como podéis ver en la foto.




Aclaración: todo lo que escribo no sucedió el mismo día en que lo cuento, sino uno o varios días antes.

lunes, 25 de octubre de 2010

Un día en Central Park

Olvidaos de todo lo que hayáis visto, porque no se parece en nada. Central Park es un enorme bosque dentro de una ciudad aún más grande que la que os podáis imaginar. Supongo que todo el mundo habrá oído hablar alguna vez de este lugar, en alguna película o quizás en alguna serie. Quien sea forofo de Friends recordará que el bar en el que se reunían Rachel, Joey y toda la peña se llamaba Central Perk, en honor al célebre parque neoyorkino.

Nos pasamos horas caminando por allí. Puedes caminar, puedes alquilar una barca y dar paseos por el enorme lago que hay en medio del parque, el Reservoir Lake. Puedes subir al punto más alto del lugar: unas escaleras que terminan en un pequeño castillo de la primera mitad del siglo XIX. El castillo no me pareció gran cosa, pero las vistas son magníficas.

Central Park es un lugar magnífico si te apetece pasar un día relajado, si te quieres perder... tiene varias cosas curiosas, si eres observador (y si no lo eres, también) acabarás tropezándote con algunas de los cientos de ardillas que como esta pululan por ahí.


Otra cosa que me llamó la atención es que hay muchos bancos a lo largo del parque que están dedicados. Sí, con una placa en honor a alguien. Se supone que aquí tú puedes pagar una cantidad determinada a la entidad que gestiona el parque (que supongo será el Ayuntamiento de Nueva York) y perdirles que coloquen una placa en honor a quien tú quieras.

Luego también hay chavales jugando al béisbol, al baloncesto... En fin, lo normal. Pero lo que más te vas a encontrar por el parque es gente corriendo. A lo largo del día te puedes cruzar con cientos de ellos, de todo tipo. A veces van en grupo, otras veces solos.

De pronto me entró hambre. Así que le dije a Gus (nuestro amigo yanki) que quería comer algo, si fuera posible.

- Por supuesto, ¿qué quieres?

- Me gustaría comer algo que fuese típico de Nueva York.

- ¿Pizza?

- Pero la pizza es típica en todo el mundo. Yo quiero algo que sólo sea popular aquí, comida neoyorkina tradicional.

- ¿Hamburguesa?

- Pero la hamburguesa también es... Bueno, no importa.

Y es que ahí está el asunto. Los yankis no tienen una cosa que puedan llamar "cultura gastronómica estadounidense". Y apenas tienen algo a lo que puedan llamar "cultura". Si os paráis a pensar, Estados Unidos es uno de los pocos países, sino el único, que todavía no cuenta con un Ministerio o una Secretaría de Estado de Cultura. ¿No os resulta curioso?

Bueno, al final acabamos comiendo cada uno un hot-dog, que no es otra cosa que un perrito caliente, es decir, un bocata de pan blando con salchicha, ketchup y mostaza. Bueno, el tipo, en un alarde de creatividad, le puso además un poco de cebolla.

Y después de Central Park fuimos a... ¡Broadway!

Broadway, dicho friamente, no es más que una sucesión ininterrumpida de grandísimos carteles luminosos; pero es impresionante, y eso que sólo lo recorrimos en coche. Todos los lugares te incitan a entrar, a imaginar, a vivir... Te deja K.O. por un instante.


Para terminar el día, nuestros amigos nos invitaron a cenar a un restaurante chino. Es cierto eso que dicen de que la comida china es muy distinta dependiendo del país en el que estés, pues está adaptada a los gustos de las gentes de cada lugar. Así, la comida china yanki es mucho más abundante, más condimentada. Estaba riquísima. Sólo tuvo una pega: el arroz, que no sabía si comérmelo o usarlo como balón de fútbol. Aunque también podría haberlo cortado en cachitos y jugar al tetris. En realidad era un arroz con muchas ventajas, era un arroz multifunción.

Se me olvidó contaos una conversación que tuve con Gus y Cohava esa mañana en el desayuno. Hablábamos de nuevo de la sanidad, la educación, etc. ¿os acordáis de cómo Cohava me contó que aquí la educación es carísima, que si tenías tres hijos sólo podías pensar en enviar uno o ninguno a la Universidad? Le pregunté a Gus cómo era eso posible, le dije, como ya había mencionado antes, que, en España, el Estado corre con la mayoría de los gastos de la Universidad pública y que los estudiantes sólo hemos de pagar una relativamente pequeña parte (y eso si además no te conceden una beca).

Por lo que creí entender, y según la idea que yo me formé, en Estados Unidos impera el siguiente sistema: si quieres algo, cúrratelo tú mismo; si trabajas, serás recompensado, pero aquí nadie va a regalarte nada. Es decir, do it yourself, háztelo tú mismo.

Margaret Tatcher decía que los Estados de Bienestar europeos sólo crean ciudadanos vagos. Es decir, hay gente que, como sabe que el Estado le cubre las necesidades básicas (atención sanitaria, educación, subsistencia...), se dedica a vivir del cuento.

Fue así como en los años 80 dio comienzo, sobre todo en Gran Bretaña y en Estados Unidos con Reagan, la oleada de políticas neoliberales de privatización o semiprivatización de los servicios públicos del Estado de Bienestar.

Y no creo que nosotros debiéramos permitir que esto pase en España o Europa, porque es cierto que hay personas que sólo se dedican a vivir del Estado, pero también es cierto que son una ínfima minoría. Y no deberíamos dejar que la gente honrada y trabajadora pagase la culpa de unos pocos.

¿A vosotros qué os parece? ¿Qué opinais?

sábado, 23 de octubre de 2010

Lucy

Hubo alguna cosa que no comenté ayer. No os hablé de los terribles controles del aeropuerto para detectar terroristas, de los humillantes escáneres que te dejan desnudo a los ojos de unos cuantos guardias voyeurs... Pues bien, no os hablé de nada de ello porque no pasó nada de ello. Absolutamente nada. Yo me esperaba que ahora las medidas de seguridad fuesen mucho más extremas, pero lo cierto es que no han variado en nada. Igual que siempre, me hicieron pasar por el arco detector de metales, nos hicieron pasar las maletas por los típicos rayos X. Vamos, lo típico. La única salvedad quizá sería que al entrar en Estados Unidos te fichan. A mí me tocó un funcionario con apellido hispano que no hablaba ni jota de español. Me tomó las huellas dactilares de los cinco dedos de las dos manos, me hizo una foto donde salí con cara muy seria (como todos) y me preguntó cuántas veces he venido a Estados Unidos, cuándo fue la última vez que vine y cuántos días pienso quedarme. Y eso es todo.

Después, como os dije, Cohava, la mujer de Gus, nos recibió con una estupenda cena (además de la cena que nos dieron en el avión, no os olvidéis). Es lo que tiene r
obarle horas al día, que cenas dos veces. Y es que ahora mismo aquí hay 6 horas menos de diferencia con respecto a España.

Al día siguiente me levanto ¡a las 8 de la mañana! ¡Creo que es la primera vez que me levanto por voluntad propia a semejantes horas! No creo que madrugase tanto a menos que me amenazasen con, no sé, destrozar mi ordenador portatil quizás.

-¡Adrián, o te levantas ahora mismo o tiro tu ordenador por la ventana!

Entonces posiblemente me levantaría rápido... Aunque no estoy del todo seguro.

Y cómo son los desayunos aquí, señores, nada que ver. Aquí comen hasta hartarse: huevos fritos, chorizo, cruasanes, leche, cereales... Yo sólo me tomé las dos últimas cosas con un poquito de Nesquik. Esa es una de las cosas que tiene la globalización, que te encuentras de todo en todas partes... Eso sí, aquí el Nesquik no lo venden en polvo, sino en sirope. Ay, cuánto hecho de menos mi colacao...

Estuve hablando con Cohava. Me preguntó acerca de la Universidad en España, si es muy cara. Le contesté que todo depende de si se trata de una Universidad pública o privada, que la Universidad pública (a nadie se le olvide que la Universidad de Valencia es pública) es relativamente barata porque el Estado corre con la mayoría de los gastos. Ella no se lo podía creer ¿Really? decía; Yes, seriosly, contesté yo. Me contó Cohava que aquí la Universidad cuesta un dineral, miles de dólares al año. Hasta el punto de que si tienes tres hijos, probablemente sólo puedas enviar a la Universidad a uno, o ninguno.

Luego fuimos al Museo de Historia Natural de Nueva York. Es enooooooorme, y tiene todo lo que os podáis imaginar y mucho más. Vimos esqueletos de decenas de dinosaurios. Es curioso, porque la mayoría de estos bichos tenían cuerpos enormes pero cabezas muy pequeñas

Pero hubo algo que me llamó mucho más la atención de los dinosaurios: una chica de rostro angelical que estaba sentada dibujando, supongo, uno de los esqueletos del museo. Qué bonita, hubiese querido sentarme en frente y dibujarla a ella... si yo supiera dibujar, claro.

Luego, también fuimos a la planta dedicada a los orígenes del ser humano. Y ahí vimos una cosa que hará morirse de envidia a los amantes de la Prehistoria (que no es mi caso). Vimos el auténtico cuerpo de Lucy, uno de los primeros homínidos del linaje humano un Australopithecus Apharensis (o Anamensis, la verdad es que no me acuerdo)



El caso es que siempre hay una foto de Lucy en todos los manuales de Prehistoria del mundo, incluido en el de Barandiarán. Y vimos algunas cosas más, pero no os las voy a contar aquí porque se haría muy largo. Pero lo que os puedo asegurar sin lugar a dudas es que el Museo de Historia Natural es visita obligada si vienes a Nueva York.

Y estuvimos ahí 5 horas metidos, así que se nos echó la tarde encima. Y aquí anochece muy pronto y a las 8 la gente ya está cenando.

Se me olvidó deciros que esta familia vive en una comunidad con bastantes comodidades; viven en un octavo (en la foto, las vistas del patio interior desde arriba) y la comunidad incluye un gimnasio, un cuarto de juegos para niños... y un balneario que ríete tú de Marina d'Or, chaval. Así que antes de cenar fui al balneario a hacer unos largos. De eso no tengo fotos, lo siento.

Después de cenar, vimos una peli de Jhonny Depp, Public enemies, que nuestros amigos tuvieron la gentileza de ponérnosla en español, a pesar de que yo insistí en que no nos importaba verla en versión original subtitulada. No os podéis imaginar lo que es ver a Jhonny Depp haciendo de tipo duro mientras dice... ¡Vamos, ándale wey y deja de desir chingadas!

viernes, 22 de octubre de 2010

New York, New York


No tengo el reloj delante, pero creo que aquí son algo así como las 10 y pico de la mañana. Estoy en Nueva York. Sí, así es, lo juro. Haré fotos que lo demuestren. ¿Os acordáis de esos flasbacks que salen a veces en las películas y dicen "unas horas antes" o "unos días antes"? Pues nosotros vamos a ir un momento a ayer, día 21 de octubre. Concretamente a las 8 de la mañana, la hora en que me levanté.

No hizo falta ni que sonase el despertador, estoy tan nervioso que me despierto antes (y es que uno no cambia de continente todos los días, no es como ir a clase). A las 10:30 ya estamos en Manises (hace años que no pisaba este aeropuerto...) y a las 13:30 sale el avión hacia Madrid-Barajas. Es increíble lo poquísimo que tardamos en llegar ¡a penas 40 minutos! Pero a ello tienes que sumarle todo lo que se tarda en hacer el checking, el waiting y todos esos coñazos que acaban en ing. Total, que si viajas a Madrid en avión te tiras muchísimo más tiempo en el aeropuerto (horas) que en el propio vuelo. Vamos, que no compensa. Mejor cogeos el AVE (que parece que por fin lo vamos a tener ¡ya era hora! Mejor para Camps, que así se podrá apuntar él el tanto).

Llegamos a Barajas a las 14:30, con un poco de retraso, así que no da tiempo para nada, tenemos que cruzar rápidamente de punta a punta esa miniciudad que es la T4; que, por cierto, es una preciosidad de sitio. Pero, tranquilos, hay un minimetro que nos lleva de un lado a otro ¡Bien!

Llegamos a nuestra terminal. Eestaba toda llena de yankis (para quien no lo sepa, en España solemos llamar así a los estadounidenses). Me llamó la atención (¿y a quién no?) una mujer de proporciones más que exorbitantes que llevaba una camiseta que decía I love Obama. Ella lo dejaba bien claro, por si a alguien le cabía alguna duda.

Subimos al avión. Son las 5 de la tarde y nos esperan 8 horas y media de vuelo. Mi padre ha reservado los asientos en el medio, junto al pasillo, para poder entrar y salir sin molestar a nadie. Una decisión muy sabia.

Así que aquí estamos, sentados. A nuestro lado tenemos a un chico y una chica, españoles, valencianos para más señas. Me gustó. Qué bien, así me siento como en casa, pensé. Creí que eran pareja (hoy en día te puedes encontrar de todo, así que no me pareció extraño dada la juventud de ambos). Pero no, luego descubro que son padre e hija. Ella rondaría los veinti y pico y él lo cierto es que no parecía mucho más mayor, no sé qué edad tendría. De todas formas eso no importa, porque no hablamos nada en todo el viaje.

A todo esto, volamos con Iberia, por si no lo había dicho antes, (que los yankis, por cierto, llaman Aibiria). Antes de despegar, las azafatas se convierten momentáneamente en mimos y nos explican, con cara de estar un poco hartas de haberlo hecho tantísimas veces, las normas de seguridad. Y nos piden que nos leamos el folleto ese que nunca nadie se lee sobre las normas de seguridad complementarias ¿Alguna vez alguien se lo ha leído?

El avión se coloca en cola para el despegue. Yo me preparo, siempre me ha gustado ese momento en que el avión se separa de la tierra y tú dejas de sentir el suelo. El avión avanza tranquilo, va tomando su posición. Se para. Espera a que la torre de control le dé permiso para despegar. La torre hace lo propio. De pronto el piloto es poseído por el espíritu de Fernando Alonso y comienza a acelerar. Acelera, va tan rápido que la inercia te echa para atrás.......... El avión despega.

8 horas por delante. Por suerte voy equipado con libros, mp3 y toda la pesca. De hecho, me saco mi libro de Gabriele Ranzato, El pasado de bronce, la Guerra Civil y su influencia en la España democrática que me tengo que leer para Tendencias Historiográficas Actuales de Contemporánea y las dos o tres horas siguientes se me pasan volando (nunca mejor dicho) hasta que nos dan de cenar.

No es cierta la leyenda esa de que se come mal en los aviones, yo al menos comí bastante bien. El pequeño pero no por ello menos sabroso menú consiste en unos tortellinni con queso y tomate, una pequeña ensalada, pan, lo que quieras para beber (en mi caso un zumo de naranja) y una tarta de queso y frambuesa.

Luego nos ofrecieron prensa gratuita, escogí mi periódico, pero no pude hacer mucho más, apenas empecé a leer me quedé frito ¡Y me desperté sólo una horita antes de llegar! Justo a tiempo para que nos dieran lo que los pijos llaman un refrigerio, que no es otra cosa que algo frío para beber antes de llegar a nuestro destino.

Llegamos a las 20:00 hora neoyorkina, 2:00 am hora española (1:00 en Canarias). Allí nos esperaba nuestro amigo, Gus (de Gustav, Gustavo para los amigos), que es una bellísima persona a quien yo no veía desde hace 10 años. Adoro a ese hombre, de no ser por él y su mujer quizá no vendría a un país como Estados Unidos.

Gus nos lleva hasta su casa a través de Queens y Manhattan. Es una pasada verlo de noche, todo iluminado, es inmenso, es indescriptible. Llegamos a casa de Gus. Su mujer, Cohava, que es maravillosa, nos abre la puerta y yo me lanzo a darle un enorme abrazo. Hacía 10 años que no la veía.

Nos tienen una cena preparada, no me lo esperaba. Todo muy abundante, muy al estilo yanki. Cuando no tengo que decir nada o hacer de intérprete para mi padre me dedico a curiosear un momento las etiquetas de los productos.

Después de cenar salgo un momento a su terraza. Desde ahí puedo ver, no muy lejos, el famoso Empire State Building, todo iluminado rodeado por el resto de rascacielos de Manhattan.


Es difícil decir qué se siente, es algo muy diferente a cualquier ciudad española, o incluso europea. No sé decir qué sentí, pero fue precioso.

Nos fuimos a dormir prontísimo. a eso de las 11. Y mañana os cuento más, lo prometo, porque mi padre me está llamando desesperado.